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Cómo afectaría la deflación a mis ahorros

Los expertos creen que esta situación favorece solo a los ahorradores más conservadores

David Fernández
Las manos de un joven con un billete de 20 euros y varias monedas.
Las manos de un joven con un billete de 20 euros y varias monedas.Samuel Sánchez

La larga crisis económica supone para los inversores una carrera de obstáculos que parece no tener fin. Siempre que el panorama se empieza a despejar surge un nuevo nubarrón en el horizonte. En la actualidad la nueva prueba para los ahorradores lleva aparejada una dificultad adicional puesto que se deben de enfrentar a algo totalmente inédito para la mayoría. Se trata de la amenaza de la deflación. Este escenario –definido como una bajada general en el nivel de precios de bienes y servicios y que se traduciría en una tasa de inflación negativa- todavía no se ha producido, pero la tendencia avanza inexorablemente hacia él. En los últimos meses España y otros países europeos están sufriendo un acusado proceso desinflacionista, con un índice de precios todavía positivo pero en niveles anormalmente bajos. ¿Cómo afectaría la deflación a mis ahorros y a los activos en los que invierto? A continuación diferentes expertos tratan de explicarlo.

"La deflación en sí misma no es mala, limpia excesos del pasado. El problema es cuando este fenómeno se prolonga en el tiempo", explica Víctor Alvargonzález, director de análisis de Tressis, entidad dedicada al asesoramiento financiero. "El mensaje principal es que tasas de precios negativas son buenas para el ahorrador con un perfil más conservador y malas para aquellos que están dispuestos a asumir mayores niveles de riesgo en sus inversiones", según Alvargonzález.

Este experto subraya que los ahorradores deben de tener en cuenta el concepto de rentabilidad real, es decir, la ganancia que se tiene tras descontar el aumento del IPC. "Si las tasas de inflación fuesen negativas, aquellos ahorradores con un producto que les rentase un 2,8% tendrían realmente ese rédito más la pérdida de poder adquisitivo de la economía por la caída de los precios". En este contexto, Alvargonzález cree que es clave que los ahorradores adquieran productos que les garanticen una rentabilidad. "Las personas que sea capaz de fijar a su dinero una rentabilidad, bien mediante la compra de un seguro de ahorro, o bien a través de la compra de deuda pública o de un fondo conservador, será la que mejor lo haga en un entorno deflacionista".

¿Y qué pasa con los inversores en Bolsa? El experto de Tressis cree que la desinflación o la deflación, a corto y medio plazo, son buenas para la renta variable porque obligarían al Banco Central Europeo a usar todas las herramientas que están en su mano para lograr la estabilidad de precios. "Y ya hemos visto en EE UU con qué subidas han respondido las acciones de las compañías estadounidenses a la terapia de choque aplicada por la Reserva Federal, que ha inundado de liquidez el mercado". Si la deflación se perpetuase en el tiempo, en cambio, las Bolsas lo pagarían caro. "El mejor referente para saber cómo reaccionan los mercados con una deflación que se enquista es Japón. Se produciría un estancamiento económico porque las decisiones de consumo se retrasarían –mañana se puede comprar más barato que hoy-, los ingresos de las compañías se resentirían y éstas responderían con bajadas de sueldos, que a su vez se traducirían en un menor consumo... Todo un círculo vicioso", concluye Alvargonzález.

Por su parte, Belén Alarcón, socia de planificación financiera de Abante Asesores, destaca que los periodos asociados a caídas en los precios suelen convivir con entornos de tipos de interés muy bajos, puesto que los bancos centrales quieren estimular el consumo, y con ello los precios, con el dinero barato. "Por lo tanto, los ahorradores deben saber que habrá que asumir algo más de riesgo que el habitual puesto que los activos conservadores por excelencia, con unos tipos oficiales próximos a cero, apenas remuneran nada".

María Díaz-Bajo, directora de estrategia de productos de ATL Capital, publicó recientemente una entrada en su blog acerca de cómo afectaría a los activos en los que invierto un periodo deflacionista. En su post, esta experta explica que la deflación beneficia a los ahorradores y prestamistas y perjudica a los endeudados, "ya que el valor del dinero y el de la deuda son cada vez mayores".

Si en general la inflación, explica Díaz-Bajo, perjudica a los que mantienen liquidez y bonos nominales y beneficia a los inversores de riesgo (materias primas en general, mercado inmobiliario y las mayoría de los sectores en Bolsa), por el contrario, "la deflación beneficia a aquellos que mantenga liquidez, bonos nominales y algunos sectores bursátiles, y perjudicaría a los que tienen bienes inmobiliarios y determinas materias primas".

La experta de ATL Capital destaca que una deflación profunda suele crear aversión al riesgo: si el retorno ajustado por el riesgo de los activos es negativo, los inversores y compradores atesorarán liquidez en lugar de invertir su dinero.

Los dos casos más conocidos de deflación prolongada en la historia de la economía son la Gran Depresión estadounidense y Japón. En el caso del país asiático, a finales de los años 80 del pasado siglo, y principios de los 90, explotó una gran burbuja inmobiliaria-hipotecaria que llevó a que los precios de los activos se colapsaran. El índice bursátil japonés, el Nikkei 225, había alcanzado su nivel más alto el 29 de diciembre de 1989 llegando a casi 39.000 puntos. Con el estallido de la burbuja, la Bolsa nipona retrocedió más de un 60% y en la actualidad se encuentra por debajo de los 15.000 puntos. Por otro lado, los precios de los activos inmobiliarios cayeron un 70% entre 1990 y 2002.

"La deflación en Japón ha estancado su economía durante varios años y el país sufre tasas de endeudamiento muy elevadas, superiores al 200% de su PIB. Viendo el caso de Japón, no me extraña que haya miedo a la deflación", concluye Díaz-Bajo.

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Sobre la firma

David Fernández
Es el jefe de sección de Negocios. Es licenciado en Ciencias de la Información y tiene un máster en periodismo por EL PAÍS-UAM. Inició su carrera en Cinco Días y desde 2006 trabaja en EL PAÍS, donde se ha especializado en temas financieros. Ha ganado los premios de periodismo económico de la CNMV, Citigroup, Aecoc y APD.

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