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El Supremo confirma la pena de cárcel para Jérôme Kerviel

La sentencia definitiva anula la indemnización de 4.900 millones que reclamaba Société Générale al operador de Bolsa

Jérôme Kerviel, exagente de bolsa del banco Société Générale
Jérôme Kerviel, exagente de bolsa del banco Société GénéraleAFP

El Tribunal Supremo francés ha confirmado hoy la condena a tres años de prisión de Jérôme Kerviel, exagente de bolsa del banco Société Générale. La Corte ha decidido anular, sin embargo, la descomunal indemnización de 4.900 millones de euros que solicitaba a su exempleado el banco francés en concepto de daños y perjuicios y que había sido avalada por la anterior instancia judicial.

Kerviel, de 37 años, tendrá que ingresar en la cárcel en las próximas semanas. En 2008 pasó 42 días en prisión provisional, por lo que tendrá que descontar algo más de dos años y diez meses. El banco consideró siempre que su exoperador en los mercados financieros le provocó unas pérdidas de 4.820 millones de euros, descubiertas en enero de 2008, a base de especular con acciones operando a espaldas de sus jefes.

La defensa alegaba que los responsables de Société Générale alentaban a sus agentes a realizar operaciones arriesgadas y sabían en todo momento lo que hacían sus empleados.

Kerviel había sido condenado en 2012 por abuso de confianza, falsedad e introducción fraudulenta de datos en sistema informático. Desde febrero pasado, el exagente de bolsa realiza una marcha desde Roma a Italia contra la tiranía de los mercados. A la altura de Parma, el ex bróker declaró ayer: “Es una buenísima noticia. Eso es todo lo que tengo que decir, y seguiré andando”.

El francés Jérôme Kerviel probablemente sea el mayor especulador de la historia. Apostó hasta 50.000 millones de euros a la evolución del mercado bursátil alemán. En un primer momento obtuvo ganancias de miles de millones para el gran banco parisiense Société Générale, pero más adelante sus apuestas especulativas resultaron fallidas y se convirtió en el símbolo de la crisis financiera.

Una de sus prácticas consistía en comprar enormes cantidades de acciones de una empresa, en Tokio o en Hong Kong, y venderlas inmediatamente después, en París o Nueva York, aprovechándose de pequeñísimas diferencias de cotización, a veces de céntimos de euro por acción.

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