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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Competir mejor, crecer mejor: los retos de la recuperación

La economía española ha abandonado la recesión, pero no saldrá de la crisis sin desplegar una estrategia inteligente de crecimiento, basada en una visión amplia de los problemas y objetivos colectivos. Solo así se podrá lograr un crecimiento sostenible durante el resto de la década y responder a los retos de la recuperación. Esos desafíos requieren cambios en las políticas públicas pero especialmente en el sector privado, siendo necesario que muchos actores den los pasos que nos permitirán competir mejor, imitando a las empresas más dinámicas y los trabajadores más preparados.

Las reformas en las políticas públicas y en las empresas han de ir, y cuanto antes, más allá de los ajustes, reforzando las palancas que impulsarán un crecimiento de calidad. El Informe Fundación BBVA-Ivie 2013 Crecimiento y competitividad que acaba de publicarse advierte de que muchos de los cambios pendientes son de gran calado y no reciben la atención que merecen. Requieren una cultura económica atenta a la eficiencia pero también a la solidaridad. Sin esos valores será improbable que logremos ganar competitividad, generar empleo con intensidad, reducir los actuales riesgos de exclusión laboral y recuperar la confianza colectiva.

Se ha insistido con razón en la importancia para el empleo de modificar el funcionamiento del mercado de trabajo y que las empresas sean más flexibles, los contratos menos desiguales entre trabajadores y la ocupación menos cíclica. Pero es necesario hacer hincapié en que muchas empresas han de reforzarse también por otras vías, aumentando su capacidad de usar productivamente el conocimiento, clave para competir en la actualidad.

Un primer reto en este sentido es orientar la inversión más hacia activos intangibles, que mejoran la capacidad de aprovechar las inversiones materiales y generar valor añadido. España invirtió en la última década casi tres veces más en maquinaria, equipos y construcciones que en información digitalizada, innovación, marca y formación en la empresa. Mientras tanto, EE UU y la UE dedicaban a estos activos mucho más que a inversión física. Con este patrón de acumulación su productividad mejoró mucho más y el aprovechamiento de su capacidad fue mayor, gracias a la mejor gestión de sus capitales derivada de esas inversiones intangibles.

Hay que orientar más la inversión hacia activos intangibles para generar valor añadido

La inversión en conocimiento ayuda a las empresas a aprovechar también las complejas oportunidades que ofrecen la fragmentación e internacionalización de las cadenas de suministros. Las ventajas de especialización para España se encuentran en tareas —sean manufactureras o terciarias, ese no es el dilema— que incorporan trabajo cualificado y otros factores que actualmente poseemos en abundancia y no utilizamos. Somos más baratos que otros países —los salarios de los trabajadores con estudios medios y superiores en la UE superan a los españoles en un 31%—, pero hemos de acompañar nuestros menores costes con otras condiciones favorables a la productividad. Solo si los inversores ven que esas ventajas se traducirán en mayor rentabilidad se localizarán aquí y para que esto suceda es clave mejorar la educación, en cantidad y calidad, para hacerla productiva. Necesitamos que los millones de parados sean más empleables, con cambios en el sistema educativo —en especial en las mentalidades y actitudes de alumnos y profesores— que mejoren los resultados. También necesitamos más y mejor formación para empleados, desempleados y empresarios, como nos recuerdan con frecuencia los estudios internacionales.

Las empresas españolas hacen bien en reclamar un entorno más favorable para sus actividades, pero no deben olvidar que hay compañías que también producen aquí y son más productivas. Esto indica que el reto de la productividad es en buena medida interno, en especial para las empresas más pequeñas. Sus modelos de gestión están marcados por la propiedad familiar y la insuficiente presencia de directivos profesionales. Si las prácticas que se deben imitar son las de las más eficientes, el camino es el de la profesionalización de la gestión, incorporando capital humano.

Mientras el 71% de los directivos son universitarios solo el 10% de los empresarios poseen estos estudios. Este hecho tiene consecuencias sobre la intensidad con la que se contratan otros recursos cualificados, cómo se seleccionan, aprovechan y reciclan, y cuánto se utilizan las técnicas de gestión avanzadas. La encuesta de la OCDE sobre las competencias de los adultos (PIAAC) no deja lugar a dudas: si los empresarios poseen un menor nivel educativo, sus competencias para enfrentarse a la complejidad actual de las decisiones son inferiores.

El denominador común a muchos cambios necesarios es un uso más intensivo del conocimiento en las empresas, empezando por el que incorporan las personas que toman las decisiones. Para que esto suceda es necesario que las universidades contribuyan a que los más formados, sus titulados, estén preparados y dispuestos a asumir esas responsabilidades, promoviendo la cultura empresarial. Pero es también necesario que las empresas que todavía no usan este capital humano pongan en marcha relevos en sus modelos de dirección.

Lograr un crecimiento mejor requiere, además, evitar la exclusión laboral, principal causa del aumento de la desigualdad y el riesgo de pobreza observado estos años. Las amenazas se concentran precisamente en los menos formados y los esfuerzos del sector público para conjurarlas han de ser mucho mayores que hasta ahora. También es preciso generar confianza entre la población de que los servicios públicos fundamentales estarán garantizado para todos, especialmente para los más amenazados por la pobreza. Que ese compromiso sea creíble requiere hacer más eficiente el sector público, reduciendo el peligro para el mantenimiento de sus funciones derivado de trayectorias financieramente insostenibles de ingresos y gastos.

Todos estos retos condicionan la calidad del crecimiento y su sostenibilidad a medio y largo plazo, exigiendo actuaciones que habrán de madurar lentamente. Precisamente, por eso es más arriesgado no abordarlas pronto, porque cada día desaprovechado aleja el momento en el que darán los resultados que necesitamos para volver a prosperar.

Francisco Pérez es Catedrático de la Universitat de València y director de investigación del Ivie.

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