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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuatro riesgos

Emilio Ontiveros

La crisis financiera europea ha superado el peor de sus momentos, pero de ningún modo se han alejado todas las amenazas que pesan sobre la estabilidad financiera. Desde luego si entendemos esta como la define el Banco Central Europeo (BCE): “Una condición en la que el sistema financiero —intermediarios, mercados e infraestructuras de mercado— puede resistir shocks sin mayor perturbación en la intermediación financiera y en la asignación efectiva de ahorro a la inversión productiva”. Y de la revisión del último Informe de Estabilidad Financiera de esa institución cabe deducir que las vulnerabilidades no son poco relevantes. A pesar de los avances conseguidos en los últimos meses el proceso de ajuste en la eurozona se mantiene incompleto: “Se requieren nuevos esfuerzos para eliminar el riesgo de interacciones adicionales, a nivel nacional, entre la deuda soberana, las perspectivas divergentes de crecimiento económico y la fragilidad bancaria”.

Las perspectivas de rentabilidad de los bancos siguen siendo débiles, no solo porque el propio proceso de reestructuración de ese sector está inconcluso, sino por el impacto en sus beneficios de las provisiones por el deterioro en la cartera de préstamos. Ello se ve agravado por la considerable fragmentación en la disponibilidad y en el coste de la financiación bancaria, especialmente a pequeñas y medianas empresas, que persiste en algunos países de la eurozona.

Desde esas bases, son cuatro los riesgos más importantes que destaca el BCE. Los cuatro son relevantes para su particularización en nuestro sistema financiero. Aunque se enuncien de forma separada, advierte el BCE, no son de ninguna manera independientes: si alguno de ellos se activa pueden realimentarse entre ellos. Estos son:

Riesgo 1: los shocks económicos y financieros que afectan a la valoración de los activos y a la rentabilidad bancaria, erosionando la confianza en el sector financiero de la eurozona.

La vinculación entre recuperación económica y calidad de los activos bancarios es estrecha. Las perspectivas de bajo crecimiento y elevado desempleo siguen pesando en algunas de las economías de la eurozona, especialmente en aquellas en las que además existe un elevado endeudamiento privado. Es el caso de España. La advertencia del BCE acerca de la necesidad de provisiones adicionales se dirige precisamente a esas economías en las que existe una combinación de exposiciones al elevado endeudamiento de las familias y empresas, volatilidad de los precios inmobiliarios, desempleo creciente y debilidad de la demanda doméstica.

En el conjunto de la eurozona la recuperación es tibia —el PIB conjunto no se prevé que crezca más del 1% en 2014— con riesgos a la baja, tanto específicos como asociados a la evolución hoy incierta de las economías emergentes, hasta ahora las principales dinamizadoras de la economía global. En realidad, el FMI en sus últimas previsiones no considera que se alcancen ritmos de crecimiento superiores al 1,5% hasta 2018 para el conjunto de la eurozona. Mal entorno para hacer banca al por menor. Peor si los agentes privados están muy endeudados.

Riesgo 2: renovadas tensiones en los mercados de deuda soberana como consecuencia de retrasos en las reformas nacionales, necesidades imprevistas de recapitalización de los bancos o elevaciones en los tipos de interés en los mercados de bonos globales.

Como se ve, la reducción de esos riesgos depende en gran medida de las autoridades alemanas

Atrás quedaron las tensiones en los mercados de deuda pública sufridas en el verano del año pasado, y esa relativa tranquilidad de esos últimos meses se ha conseguido a pesar de la volatilidad reciente observada en los mercados de bonos globales. También las cotizaciones de los CDS (Credit Default Swap, seguro contra el impago de la deuda) han tenido un buen comportamiento relativo, aunque todavía reflejan ese vínculo entre los bonos soberanos y la salud bancaria, que no es tan explícito en Estados Unidos, por ejemplo. Las tensiones han sido, efectivamente, contenidas, pero de ningún modo eliminadas. Entre otras razones porque la débil actividad económica constituye un serio obstáculo al saneamiento de las finanzas públicas. Por otro lado, la contaminación desde los mercados de bonos externos podría poner a prueba esa fragilidad. Especial significación puede tener a este respecto el impacto derivado de la retirada de las medidas excepcionales que aún mantiene la Reserva Federal estadounidense.

Riesgo 3: turbulencias en el mercado financiero global generadoras de problemas en la fijación del precio de los activos y la baja liquidez de mercado.

Los episodios observados en mayo tras el cambio en las expectativas sobre la política monetaria estadounidense son un aviso. La volatilidad en los mercados de divisas y las tensiones diferenciales en los mercados emergentes fueron evidentes. La calma llegó tras los avisos —forward guidance— del propio BCE y del Banco de Inglaterra en julio. Aunque el impacto en la eurozona no fue grande y, en todo caso, transitorio, la advertencia está ahí. Su relevancia es de particular importancia para aquellos sistemas bancarios con posiciones inversoras más intensas en deuda pública de sus propios países. En mayor medida, si consideramos los niveles inusualmente bajos donde se sitúan los tipos de interés. Por eso es de crucial importancia la comunicación que mantengan los principales bancos centrales acerca de su eventual abandono de las políticas monetarias excepcionales que mantienen.

Riesgo 4: las exigencias de financiación de los bancos en las economías más vulnerables que pueden obligar a estos a desapalancarse excesivamente.

Las condiciones con las que se fondean los bancos están en proceso de clara normalización, así como la fragmentación nacional observada en meses anteriores en la captación de depósitos. En realidad han ido sustituyendo financiación mayorista por depósitos de clientes a un ritmo aceptable, consecuente con el continuo desapalancamiento en casi todos los sistemas de la eurozona. Al mismo tiempo se ha reducido de forma significativa la dependencia de la financiación del BCE.

Pero la situación no está completamente normalizada. La disponibilidad y los costes de la financiación mayorista siguen siendo desiguales según la procedencia de los bancos. Y ello es relevante, advierte el BCE, dados los vencimientos relativamente importantes de deuda de algunos bancos, lo que podría ejercer presiones adicionales a un desapalancamiento precipitado, de efectos adversos en las economías.

Esos cuatro riesgos podrían mitigarse mediante una mayor concreción del horizonte de transición a la Unión Bancaria. La clarificación es suficiente sobre la supervisión bancaria única confiada al BCE, que entrará en vigor el próximo noviembre, pero otro de los cinco pilares de esa forma de fortalecimiento de la unión monetaria está todavía en el aire: el mecanismo común de resolución de crisis bancarias. Es necesario clarificar la aplicación de ese principio de bail-in; en concreto, quien soporta las pérdidas en caso de quiebras bancarias y con qué prelación. Y en la diversidad de posiciones aflora otra vez la divergencia alemana menos partidaria de un fondo común con el que abordar de forma prioritaria esas eventuales exigencias de capitalización de los bancos que participen en el mecanismo de supervisión.

Como se ve, la reducción de esos riesgos depende en gran medida de las autoridades alemanas. En primer lugar, de que cambie su actitud acerca de las políticas macroeconómicas, admitiendo una mayor flexibilidad en la política fiscal de las economías de la eurozona y respaldando de forma inequívoca al BCE. En segundo, de que adopte una posición más solidaria con el conjunto. Ambas exigencias son de todo punto compatibles con el aseguramiento de su propio crecimiento y, desde luego, con el fortalecimiento de la eurozona. El nuevo Gobierno tiene la palabra.

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