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La UE riñe a Berlín por el superávit exterior

La Comisión Europea pedirá a Alemania que establezca un salario mínimo, más dinero para infraestructuras e incentivos para que aumente la inversión privada

Claudi Pérez
Angela Merkel en un acto de la CDU en Greifswald (Alemania).
Angela Merkel en un acto de la CDU en Greifswald (Alemania).STEFAN SAUER (EFE)

El problema de las edades de oro es que al vivir en una de ellas todo tiende a amarillear. El exitoso modelo exportador alemán vive una de esas flamantes edades de oro (sus ventas al exterior superan las de Francia, Italia y Reino Unido juntas), pero cada vez más instituciones denuncian sus potenciales efectos secundarios. Esa supuesta virtud del superávit exterior, llevada al extremo, dificulta la salida de la crisis a la castigada periferia europea. El G-20, EE UU y el FMI han advertido de los efectos negativos para la recuperación que provoca esa obsesión tan germánica por la exportación. Berlín se mofa de las críticas: envidia. Pero era cuestión de tiempo que también los socios europeos empezaran a desconfiar, con una economía anémica y el demonio de la deflación asomando por la puerta. Bruselas se unirá esta semana a ese coro de voces que acusan a Alemania de exportar estancamiento a su patio trasero europeo: la Comisión activará el mecanismo de alerta por el abultado superávit exterior alemán, confirman fuentes europeas. También el presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, reclamó ayer reformas a Alemania: “La mejor manera de liderar es dar ejemplo”. Berlín no tiene por costumbre recibir amonestaciones. El jaleo, en fin, está asegurado.

Aunque desde el lado alemán tampoco es para echarse a temblar. “Que nadie espere consecuencias radicales de ese toque de atención”, apunta en Berlín Ansgar Belke, del think tank DIW. Al cabo, Bruselas tiene en su mano un látigo para castigar déficits de todo tipo, pero la política europea trata con mano de seda los superávits exteriores, incluso cuando rozan la hipertrofia. Es como si esos superávits estuvieran en la naturaleza de la Unión: si Berlín no corrige el desequilibrio entre exportación e importación —que superará el 6% del PIB durante muchos años—, la Comisión apenas puede examinar con lupa a Alemania y enviarle, en primavera, un pliego de recomendaciones, como ha hecho en los países que incurren en déficits externos de más del 4% del PIB. Con una diferencia notable: Bruselas puede multar a los países deficitarios si no se corrigen; a punto estuvo de hacerlo en el caso español. Pero Alemania se aseguró a finales de 2011 de que no habrá sanciones para los superávit exteriores.

Los expertos creen que el BCE tendrá que tomar medidas extraordinarias

Más allá de la devaluación interna, no hay mecanismos coercitivos para evitar que Europa siga partida en dos. Por un lado, países históricamente deficitarios (Italia, España, Portugal y Grecia, que han mejorado su desequilibrio exterior básicamente por el desplome de la importación); por otro, países superavitarios (Holanda, Alemania y los escandinavos), además del caso aparte que es Francia, en tierra de nadie. Para reducir esa fractura no hay más remedio, a día de hoy, que la devaluación interna del Sur, a la espera de que el Norte gaste, invierta, suba salarios. Pero si países como España reducen sus costes laborales y Alemania no los aumenta —como ocurre, a grandes rasgos, ahora—, “el reajuste es mucho más complicado”, afirma Charles Wyplosz, del Graduate Institute.

En Europa se toman pocas decisiones sin consultar a Alemania; menos aún contra sus intereses. Por eso, a pesar de su discutible efectividad, es tan importante el toque de atención de Bruselas, que coincide con la nueva rebaja de tipos de interés del BCE. Todas las alarmas han saltado esta semana pese a que no parece el mejor momento: no hay Gobierno alemán, la Comisión está ya casi de salida, la banca sigue despertando dudas y el mensaje de los últimos meses, ese buenismo de lo peor ya ha pasado, está en entredicho. Las grises previsiones de Bruselas y la sorprendente actuación del BCE demuestran que, una vez más, Europa ha pecado de optimista: en el mejor de los casos viene una larga temporada de estancamiento, paro elevado, escasa inflación y otros síntomas japoneses. Los expertos consideran que el BCE ha ganado tiempo, pero que de seguir así no tendrá más remedio que adentrarse en arenas movedizas: aplicar más medidas excepcionales. Aprobar, de una vez, las mismas acciones que el resto de grandes bancos centrales, con compras de activos o tipos negativos: otro melón difícil, muy difícil de abrir en Alemania.

Bruselas activará la alerta por el excesivo afán exportador alemán

Ese es un debate que promete, pero para dentro de unos meses. En cambio, el toque de atención a Berlín llegará tan pronto como el miércoles. Rehn tiene claras las recetas: subidas salariales, más inversiones en infraestructuras, incentivos a la inversión privada y liberalización de servicios. “Alemania hizo los deberes la década pasada en un entorno de crecimiento del resto de Europa que le vino bien. Ahora, la eurozona necesita estímulos en Alemania, y puede recordarle a Berlín que Merkel no ha hecho una sola reforma”, indican fuentes comunitarias. Curiosamente, los grandes partidos alemanes ultiman medidas que guardan un extraño parecido con lo que quiere Bruselas para sellar la gran coalición: salario mínimo y un empujón a las inversiones en infraestructuras, educación y energía. Todo encaja.

Absolutamente todo: los economistas alemanes consultados coinciden en que eso es lo que necesitan Alemania y el euro. Hans-Werner Sinn, uno de los académicos más influyentes y ortodoxos de Alemania, defiende el activismo reciente del BCE ante el riesgo de deflación y apunta que es imprescindible “más inflación en Alemania, y más deflación en el Sur”. Y considera que Bruselas “tiene razón” al criticar el superávit exterior alemán. Pero ojo: “La UE debe aclararse. Alemania tiene ese superávit porque el ahorro alemán es muy alto: ese ahorro sale de Alemania en forma de rescates, de mutualización de riesgos. ¿Bruselas quiere más exportaciones de bienes y por lo tanto más exportaciones de capital para esos rescates, o no?”.

La crisis europea se cerraría antes con una subida de los sueldos alemanes

Cuentas equilibradas y exportación: parece sencillo, pero en realidad el modelo alemán es algo más que eso. “Alemania ha desarrollado uno de los sectores de bajos salarios más extendidos de la zona euro”, según Sebastian Dullien, del ECFR: siete millones de trabajadores con sueldos bajos. Para alcanzar el equilibrio fiscal actual, además, ha tirado de baja inversión pública (a la cola del euro en proporción al PIB), baja I+D y una política deflacionaria que en los últimos años ha exportado al resto de Europa: “No es de extrañar el atisbo de deflación por ese flanco”, indica Guntram Wolf, de Bruegel. Wolf es de quienes piden a Berlín “reformas, inversiones y salario mínimo”. Daniel Gros, del CEPS de Bruselas, avisa de que a pesar de eso “el reajuste durará 10 años”. Y Jacob Kirkegaard, del Peterson, se suma a quienes apuntan que las alertas de Bruselas “no suponen gran cosa” y que en todo caso, si Alemania eleva su demanda interna los más beneficiados no serán los países del Sur, “sino China, EE UU y Europa del Este”. Todos esos expertos están a favor de una subida sustancial de los sueldos en Alemania para que la cicatriz de la crisis europea se cierre antes y con menos dolor.

En ese sentido, algo está cambiando. Ni siquiera los guardianes del santo grial —la inflación— ven con malos ojos una mayor subida de precios: “Los alemanes van a tener que aprender que el precio para mantener el euro unido es más inflación en Alemania”, dice Tom Mayer, del Deutsche Bank. A pesar de la historia. A pesar de ser un país de ahorradores. A pesar de los pesares.

Decía De Gaulle que Europa es una especie de coche de caballos: Francia es el cochero, y Alemania el caballo. Merkel daba otra definición en una cumbre reciente: “Yo soy el banco”, dijo (Europa a la deriva, de Gavin Hewitt). Y parece que el banco ha decidido que quizá sea preferible algo más de inflación a que no le devuelvan los créditos. “Berlín ya admite que debe haber algo más de simetría o esto no funcionará”, cierra Wyplosz.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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