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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Innovación: adiós a la convergencia con Europa

Se ha comenzado a destruir lo que se había construido en tantos años y con tanto esfuerzo

Maravillas Delgado

Los datos oficiales más recientes, que se refieren al año 2011, sobre los indicadores de innovación en España muestran sin lugar a dudas que ese año la crisis ya afectaba de lleno a esta actividad. Y las previsiones del centenar largo de expertos que Cotec consulta cada año eran, a principios de 2013, claramente pesimistas respecto al futuro inmediato. Esta opinión, que se recoge anualmente desde 1998, ha sido siempre un exacto adelanto de lo que realmente ha ocurrido en el año para el que se recogía la predicción. Cuando la predicción era positiva, el índice que se había obtenido a partir de aquellas respuestas era superior a la unidad, mientras que cuando su valor era inferior las cifras oficiales constataban un retroceso. Pues bien, el valor para 2013 es solo de 0,841, el menor de toda la serie. No podemos esperar, por tanto, que los datos para 2013 sean mejores que los de 2011, y tampoco lo serán los de 2012, que conoceremos a finales del presente año, porque el valor del índice de aquel año fue solo de 0,848.

Lo que certifica el efecto negativo de la crisis sobre la innovación española en 2011 es que absolutamente todos los indicadores de innovación estaban en recesión. Hasta ese año, por lo menos dos de los más significativos estaban resistiendo, lo que indicaba que nuestra actividad innovadora, aunque escasa, tenía cierta solidez. Así, la ejecución de gasto en I+D por el sector público entre 2008 y 2010 subió un 2,9%, pese a la reducción en los Presupuestos Generales del Estado de 2009, 2010 y 2011 de las partidas no financieras destinadas a esta actividad, lo que indica que, seguramente, el sistema público de I+D todavía disponía de fondos propios con los que mantenerla. Algo parecido ocurrió en el sector privado durante los primeros años de la crisis. Aunque su inversión para incrementar su capacidad innovadora cayó drásticamente en 2009 y no se ha recuperado, lo cierto es que las empresas en su conjunto aumentaron en un 1,3% sus gastos corrientes en I+D entre 2008 y 2010, seguramente porque la consideraban una actividad fundamental para su estrategia. Esta situación esperanzadora finalizó en 2011, con una caída del 4,1% del gasto ejecutado en I+D por el sector público y del 2,4% de los gastos corrientes empresariales en I+D.

Debemos, pues, concluir que nuestro sistema de innovación ha entrado en una fase en la que se ha comenzado a destruir lo que se había construido en tantos años y con tanto esfuerzo. Sin duda, nuestra actual capacidad para contribuir a la creación científica mundial está demostrada, pero el número de publicaciones de prestigio ha crecido menos en 2011 que en 2010. Por su parte, las solicitudes de patentes europeas y CPT de origen español también han disminuido en 2011, y el número de las empresas innovadoras y el de las que tienen actividades de I+D también sigue reduciéndose.

Que nuestra sociedad no reaccione ante esta pérdida, podría entenderse, pero nunca justificarse

Que nuestra sociedad no reaccione ante esta inminente pérdida podría entenderse, pero nunca justificarse. Hemos disfrutado de una etapa de espectacular crecimiento económico, pero la actual crisis ha dejado bien clara su insostenibilidad, ya que se basaba fundamentalmente en la especulación y el crédito fácil. Nuestro modelo económico ha olvidado sistemáticamente la importancia del conocimiento en el proceso de generación de riqueza. No participamos en la revolución industrial, que fue el momento histórico en el que la innovación, entendida como un cambio basado en cualquier tipo de conocimiento capaz de crear valor, toma la iniciativa del crecimiento económico del mundo occidental, y desde entonces hemos seguido renunciando a este recurso, que es el fundamento del bienestar en los países más avanzados.

Los datos son muy elocuentes. Si nos fijamos, por ejemplo, en el crecimiento de nuestro PIB entre los años 1985 y 2010, constatamos que la media anual del 2,78% es mayor que la de la mayoría de los países de la OCDE, pero la contribución de los factores de producción resulta singular si se la compara con los países que mejor resisten la crisis. La descomposición de este porcentaje, que hace la OCDE, entre las contribuciones del trabajo, el capital y el conocimiento —la llamada productividad total de los factores (PTF)— demuestra que el peso del factor trabajo en nuestro crecimiento fue seis veces mayor que en Alemania y, respecto a este mismo país, el del factor capital fue también casi dos veces y media más importante. Por el contrario, el peso que se atribuye al uso del conocimiento fue para España menos de la mitad que el correspondiente a Alemania, una quinta parte del de Finlandia y una décima parte del de Corea del Sur. No es casualidad que el esfuerzo alemán en innovación sea, en términos de gasto en I+D sobre el PIB, el doble que el español, y casi el triple en los otros dos países.

Debemos ser conscientes de que durante la época expansiva, el tamaño de nuestro sistema de innovación pasó de representar el 0,74% del PIB en gasto total de I+D en 1995 al 1,39% en 2010, lo que en euros corrientes supuso un aumento de cuatro veces, hasta llegar a más de 14.600 millones de euros. Además, hay pruebas solventes de que nuestro pequeño sistema funcionaba de forma eficiente, por lo menos fue capaz de asumir el gran compromiso que supuso el Programa CENIT. Un programa que entre 2006 y 2010 financió 91 proyectos que supusieron un gasto total 2.298 millones de euros, de los cuales el 53% fue financiado por las empresas. Estos proyectos movilizaron a 1.250 empresas y más de 1.580 grupos de investigación. En cuanto a resultados, según ha publicado el CDTI, los 16 proyectos de la primera convocatoria de este programa, la del año 2006, dieron lugar a 440 patentes, 1.447 publicaciones, 208 tesis doctorales y 1.830 ponencias.

Estábamos en el buen camino para que nuestro sistema de innovación, de una forma quizá demasiado lenta, pero sostenida, se convirtiera en una ventaja competitiva para nuestra economía, que debe jugar necesariamente en el mercado global, realmente el único que existe. El abandono de la senda de convergencia con nuestros competidores al que nos está obligando la crisis tendrá serias consecuencias para nuestro futuro, y de esto no nos estamos preocupando.

Juan Mulet Meliá es director general de la Fundación Cotec para la innovación tecnológica.

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