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Tribuna
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Banca ética y vivienda, quince años después

Las inversiones deben ser acordes con los valores de los ahorradores y el rendimiento financiero no debe ir desligado del rendimiento social

Para muchos ciudadanos, la vivienda ha pasado en pocos años de ser un sueño hecho realidad a una pesadilla que parece irreal. Sin dejar de atribuir responsabilidades a la crisis, o a la propia responsabilidad de cada uno a la hora de firmar un contrato hipotecario, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ha puesto de manifiesto el comportamiento abusivo del negocio bancario. Ciertamente, este ha sido en algunos casos directamente ilegal y en muchos, muy poco ético.

Cuando se habla de la crisis, es habitual escuchar el comentario según el cual, nadie podía entrever la situación actual. Sin ánimo de autovanagloria, puedo afirmar que hace más de diez años algunos profesionales ya señalamos el riesgo que asumíamos manteniendo el negocio bancario en los términos que estaba configurado. En mi caso, el mérito no fue propio, tan solo me sumé a una corriente lejana ya en la historia –hay quién la atribuye a los cuáqueros el inicio de la vinculación de criterios éticos y finanzas– que exige la vinculación entre banca y ética.

Fue justamente, hace quince años, cuando impulsé junto a Oriol Alsina la creación de FETS (“Hechos” en catalán) – Finançament Ètic i Solidari, entidad que pretendía impulsar la banca ética y que, rápidamente, contó con el apoyo de un amplio tejido social y cívico.

El sentido original de la palabra crédito es creer (credititus), tener confianza en las personas y adaptarse a sus necesidades

Debe recordarse que si bien ahora el término empieza a hacerse un hueco –aunque muy escaso aún- entre la opinón pública, en el año 1998, en pleno crecimiento exponencial del negocio bancario vinculado a la burbuja inmobiliaria dicho proyecto parecía a algunos un simpático ejercicio lleno de ingenuidad. Algunos incluso decían que las cajas de ahorro ya eran, propiamente, banca ética: 15 años después todas esas cajas han dejado de existir. Tampoco los bancos han salido bien parados con el rescate. La realidad, ciertamente, es muy tozuda. ¿Pero qué pretende exactamente la banca ética? Expongo cinco principios fundamentales que sintetizan lo que impulsa la banca ética:

1º. Principio de coherencia: a partir del cual se pretende evitar la contradicción según la cual nuestro dinero puede estar financiando proyectos contradictorios con nuestros propios principios éticos y sociales (como la industria armamentística, las centrales nucleares, el dumping social, la explotación infantil, los regímenes dictatoriales o la expoliación ambiental). Solo se invierte, por lo tanto, en proyectos coherentes con nuestro propio marco ético.

2º. Principio de compatibilidad: según el cual la banca ética trata de compatibilizar el rendimiento financiero con el rendimiento social. El uno no puede ir desligado del otro. Los criterios de uso del dinero se basan en indicadores relativos de riesgo, pero no de máximo rendimiento para la entidad y sus socios en detrimento del rendimiento social.

3º Principio de participación: según el cual la banca ética debe fomentar la responsabilidad de los inversores y ahorradores, como ciudadanos y ciudadanas, en sus operaciones financieras. Igualmente, la banca ética trataba de fomentar la participación de entidades y personas en la entidad.

Principio de transparencia: la banca ética se fundamenta en la total transparencia de su gestión, tanto en lo que respecta a la concesión de préstamos como en el ámbito de las inversiones realizadas.

5º Principio de reflexión: la banca ética no es perfecta. Como toda organización y colectivo humano tiene inevitablemente aspectos a mejorar. Por ello, debe incorporar el principio de reflexión según el cual ha de existir una reflexión continua y abierta sobre los principios que deben orientar en cada momento su acción.

Quince años después la banca ética sigue siendo más necesaria que nunca. No se trata de eliminar todo el negocio bancario y hacer tabula rasa. La banca ética es una forma de proceder que debe implementarse tanto en entidades de nueva creación como en entidades centenarias. No podemos esperar que todo cambie de un día para otro, pero sí es obligado adoptar la banca ética como valor corporativo, de verdad. Solo así la banca impulsaría medidas muchos más éticas –acorde con los valores de los ahorradores- como la conversión del parque de viviendas hipotecadas de primera residencia en parque público de alquiler social, la dación en pago y, por descontado, no habría impulsado la locura de ejecutar desahucios a familias trabajadoras que lo único que han hecho ha sido quedarse sin trabajo en medio de una crisis sin precedentes. Una banca, en definitiva, que apueste por los ciudadanos, que recupere su misión, el sentido original de la palabra crédito que no es otra que la de creer (del latín credititus), tener confianza en las personas y adaptarse a sus necesidades. Solo así nos acercaremos a una sociedad justa. Ni más, ni menos.

Roger Sunyer es colaborador docente del Área de Gestión de la Ciudad y Urbanismo (UOC)

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