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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Libertad comercial, imprescindible en la recuperación

El debate sobre la libertad de horarios comerciales debe olvidar las batallas entre grandes y pequeños, las visiones cortoplacistas y los estereotipos. Este discurso maniqueo e inmovilista es más estéril que nunca, porque no ofrece soluciones a los problemas que padece nuestra economía. Sin coste fiscal para el contribuyente, la libertad comercial puede introducir mayores dosis de competencia, dinamizar la actividad y generar empleo. Es una reforma necesaria que beneficiaría al sector minorista en su conjunto y, en particular, a unos consumidores que han cambiado por completo sus hábitos de compra.

En los últimos cinco años, el comercio minorista se ha desplomado un 13%, según datos del INE. El paro, las subidas fiscales y el clima de desconfianza han hundido el consumo. Frente a esta larga travesía del desierto, las ventas del e-commerce se han disparado un 183%, según la CMT, hasta triplicar su peso en el comercio minorista.

Cuando les preguntan a los consumidores por qué compran cada vez más en Internet, la mitad responden que por su flexibilidad de horarios, su rapidez y sus mejores ofertas, según un informe de Experian Marketing Services. Sin embargo, el canal de compra predilecto para un 69% de consumidores sigue siendo la tienda física, porque es más práctica, permite ver, tocar y probar. Por tanto, el establecimiento físico es el preferido cuando está abierto, pero si se ve obligado a cerrar, el consumidor gastará su dinero en cualquier otro lugar. Desde Internet hasta la cafetería de la esquina, la oferta de ocio es amplísima, y el comercio aparece marginado por una cuestión regulatoria.

Cada visitante que deja el país sin poder comprar es una oportunidad de generar ingresos perdida

La libertad de comercio sufre en España una especie de nuevo despotismo ilustrado. El consumidor puede ir al cine un domingo, pero no de compras, puede compartir mesa con los amigos el fin de semana, pero no adquirir un producto que necesita. Y en caso de hacerlo, su libertad de elección se limita a una oferta restringida de gasolineras o pequeños comercios asiáticos. Este despotismo no entiende que nuestra sociedad, sobre todo desde la aparición de Internet, es abierta y competitiva. En este nuevo entorno, la capacidad del empresario para decidir sus horarios de apertura es un elemento imprescindible para diferenciarse, buscar nuevos modelos de negocio y adaptarse a lo que demandan en exclusiva sus clientes.

Hay más ejemplos de cómo las restricciones de horarios están desaprovechando oportunidades. Desde una óptica internacional, el ex consejero delegado de Visit London, James Bidwell, lanzaba recientemente en EL PAÍS esta reflexión: “No entiendo por qué las tiendas cierran en domingo. Los fines de semana vienen muchos turistas y es en vacaciones cuando más predispuesto estás a comprar: te sientes relajado, de buen humor y te apetece premiarte. Las compras son una de las principales partidas del turismo y, por ende, de la economía en general, sobre todo en un país como España, ¿no?”. Desde Visit London, Bidwell vivió la profunda transformación del perfil turístico de la capital inglesa, que gracias a la libertad de horarios ha logrado convertir el shopping en uno de sus atractivos más poderosos.

La pregunta final de Bidwell refleja la incongruencia de un país que, pese a ser el segundo destino turístico global con 60 millones de visitantes, se resiste a ver lo que está pasando en el mundo. Sin ir más lejos, las vecinas Portugal e Italia han liberalizado sus horarios comerciales. París posee seis zonas turísticas (Zace) de libertad de apertura. En otros grandes destinos del circuito internacional como Londres, Estambul, Nueva York, Moscú, Tokio o Shanghái la libertad no se discute. La razón parece obvia: cada visitante que abandona el país sin poder comprar es una oportunidad de generar ingresos, riqueza y empleo que se pierde.

La última reforma emprendida por el Gobierno va en la buena dirección. Parte de la idea de que el comercio tiene que ser capaz de adaptar su oferta a los nuevos hábitos, estilos de vida y desafíos externos. También es sensible con la realidad turística. Sin embargo, desde Anged hemos reiterado que ampliar de 8 a 10 el mínimo de domingos y festivos de apertura es insuficiente. Buena parte de las comunidades han optado por quedarse en el mínimo, y en muchos grandes municipios turísticos, el temor a abrir este debate ha mantenido el statu quo.

La libertad de comercio sufre en España una especie de nuevo despotismo ilustrado

El contrapunto lo encontramos en Madrid. En los seis primeros meses de aplicación de la liberalización total de horarios, el comercio minorista ha creado 20.000 puestos de trabajo, según datos de la EPA. Todo un hito en medio de la recesión que sufre España. Pero si echamos la vista atrás, los resultados de la progresiva flexibilización de horarios ya son visibles. Entre 2000 y 2010, Madrid, con 22 domingos y festivos de apertura, incrementó el número de locales comerciales un 8,6%, y el empleo del sector, un 30,6%. En el mismo periodo, Cataluña, con un calendario de ocho domingos y festivos, perdió el 5,4% de los locales y solo generó un 4% más de empleo. La Autoridad Catalana de Competencia, adscrita a la Generalitat, analiza así este balance: “El carácter injustificadamente restrictivo de la normativa comercial catalana”, en materia de licencias comerciales y horarios, “no ha sido efectiva para evitar la caída del comercio tradicional”, y “los consumidores son los grandes perjudicados”.

Una crisis tan profunda como la que padecemos exige a los ciudadanos y a los poderes públicos trabajar en un proyecto común de recuperación. En esta búsqueda de fuerzas que reactiven la sociedad no podemos olvidar la apuesta decidida por la libertad económica. La capacidad de las empresas de crear riqueza necesita un marco de libertad que movilice todos los recursos disponibles, frente al intervencionismo que solo esteriliza iniciativas y esperanzas. La regulación sobre las actividades económicas debe tener como objetivo el bien común y el largo plazo, no los intereses electorales y el resultado inmediato. Las leyes no deben retrotraernos a un despotismo ilustrado donde los poderes públicos hurtan la libertad a los ciudadanos, sino ser respetuosas con las demandas sociales, con la libertad de elegir y la de ofrecer.

Alfonso Merry del Val es presidente de Anged.

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