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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La desunión bancaria es devastadora

Xavier Vidal-Folch

Los próximos días, antes de la cumbre europea de fin de mes y semestre, nos indicarán si avanzamos hacia la unión bancaria al paso, que el trote y el galope están descartados por Berlín. Es buen momento para preguntarnos: ¿para qué debe servir la unión bancaria? La cuestión no atañe solo a los banqueros.

La unión debe servir para evitar crisis como las de Irlanda o Chipre. Esos colapsos fueron originados por la insolvencia de sus principales bancos, que acabaron contagiándolo todo, al responder el Estado por ellos. Y amenazaron en consecuencia su continuidad en el euro y la propia existencia de este. Con unión bancaria, apoquinarían todos los acreedores privados que conviniese, pero respondería al final un conjunto mucho más poderoso que un Estado miembro en solitario: la eurozona al completo.

Lo ha formulado con otro fraseo el presidente del BCE, Mario Draghi. Ese proyecto “es importante”, dijo el 24 de mayo, “porque facilitará la ruptura de los vínculos que unen a los bancos con sus respectivas soberanías, y esos vínculos fueron los que provocaron la fragmentación en los mercados financieros de la eurozona”. El círculo deuda bancaria excesiva-deuda soberana se tornaba vicioso cuando el aval de los Estados trocaba en pública la deuda financiera privada (incluso sin él, implícitamente, por la probabilidad de que acudirían al rescate de los bancos) o cuando los bancos buscan congraciarse con sus Gobiernos comprando sus bonos del Tesoro, asimismo suculentos, pues mejor retribuidos cuanto más vulnerables.

A las pymes españolas el crédito les cuesta casi el doble que a sus competidoras europeas

La unión bancaria está también llamada a acabar con la creciente fragmentación de los mercados financieros. Esa fragmentación consiste en que a medida que aumenta o al menos permanece la desconfianza, se produce una renacionalización de las operativas, las instituciones de países más saneados tratan de deshacer posiciones en los lugares donde sospechan riesgo. Y sobre todo, aumenta exponencialmente la dispersión entre los tipos de interés en el Norte y en el Sur, lo que cristaliza en distintos costes de financiación de las empresas para cada subárea, lo que erosiona el mercado interior, perjudica a los más débiles y aventa agravios, la peor receta para un proyecto común.

Los tipos de interés exigidos a los vulnerables y al resto eran muy similares al inicio del siglo. Pronto fueron creciendo los dispensados a las empresas de los países sureños —Grecia, Irlanda, Portugal, Italia, España y Eslovenia—, de forma que en 2012 estos casi duplicaban (5,9%) a los del resto (3,2%) para créditos inferiores al millón de euros y también eran más costosos en los de cuantía superior al millón: 4,5%, contra 2,4%, como ha calculado Joaquín Maudos (Fragmentation of the european financial market and the cost of bank financing, SEFO, Funcas, mayo 2013). En España, los préstamos a empresas costaban un 62% más caros que en los países normalizados y un 87% más en el caso de las pymes. Y el crédito al consumidor, un 75% más caro que en el resto. Y un estudio del BCE lo corrobora. ¿Duda aún alguien de que la unión bancaria interesa a todos los ciudadanos?

El Gobierno alemán ha pisado el desacelerador a la hora de concretar la unión bancaria pactada hace un año. Quizá para forzar a Francia a ordenar sus cuentas; o por cuestiones jurídicas, como aduce Wolfgang Schäuble, por temor al Tribunal Constitucional de Karlsruhe; o por miedo a comprometer más el dinero de sus contribuyentes en vísperas de unas elecciones generales; o por pavor a que una unión bancaria de verdad desnude a las entidades alemanas más perjudicadas, los landesbanken, no olvidemos que los grandes privados, el Deutsche y el Commerz, acaban de verse forzados a realizar ampliaciones para cumplir con los colchones de capital exigidos. Quizá por una mezcla de todos esos factores. Pero “el retraso es muy costoso, significará que el dinero abandonará países como Grecia y Portugal, devastando no solo el sistema financiero, sino al mismo tiempo sus economías, y muchos de esos efectos no serán reversibles”, tiene dictaminado Joseph Stiglitz en su último discurso académico en Barcelona (Why austerity does not work, www.racef.es). Urge volver a apretar el acelerador.

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