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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Policía malo y policía bueno

Joaquín Estefanía

Los últimos datos de Eurostat sobre la evolución económica de la zona euro evidencian el estrepitoso fracaso de las políticas de austeridad a ultranza impulsadas a largo plazo desde Bruselas. Mientras que las otras zonas del mundo desarrollado (EE UU, Japón, Gran Bretaña) caminan hacia la salida de la Gran Recesión, apoyadas en las muletas monetarias de sus bancos centrales, la eurozona se aletarga y se sume en la crisis más larga desde que existe la moneda única, mientras su banco central (el BCE) presume de ortodoxia y lucha contra los molinos de viento de una inflación que no existe.

Los datos del primer trimestre del año, sin sorpresa alguna para los coyunturalistas, han hecho saltar los nervios de algunos de nuestros representantes públicos. Se ha puesto de moda una nueva modalidad: una cierta contradicción en aspectos no principales de la política económica —que nunca acaba en ruptura— entre la marioneta (Bruselas) y quien la mueve (Berlín). La primera acusa a la otra de inflexible y asfixiante y Alemania humilla a la Comisión calificándola de ineficaz técnicamente y mala gestora. Se supone que este reparto de papeles entre el policía malo y el policía bueno terminará cuando las elecciones de septiembre en Alemania abran un tiempo nuevo… en el que las cosas no cambiarán mucho, y cuando los actuales comisarios sean sustituidos por otros, tras las elecciones al Parlamento Europeo.

La pasada semana tuvo lugar una de las representaciones más implícitas de este reparto de papeles: el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, en presencia de Durão Barroso, criticaba con dureza a la Comisión Europea por no haber conseguido poner en marcha medidas para luchar contra el desempleo (“La casa europea no puede construirse si se hace esperar años a toda una generación”, dijo quien impide cualquier alegría para estimular los mercados de trabajo de los países del sur) y por no ser “más eficiente” en la gestión de la crisis. Durão solo pudo balbucear su respuesta: Alemania debería hacer más para tirar de la economía de la zona.

Aparecen algunas contradicciones entre la marioneta (Bruselas) y quien la mueve (Berlín)

Cuarenta y ocho horas antes de esto, el Ecofín (reunión de los ministros de Economía de los Veintisiete) apenas fue capaz de avanzar en aspectos tan importantes para la construcción europea como la unión bancaria (que incluye los mecanismos institucionales y las garantías ciudadanas para tratar a un banco de la zona cuando tenga dificultades de liquidez y de supervivencia, sin que vuelva a saltar el estado de alarma social motivado por la resolución de la intervención chipriota que, en un primer momento, incluía la expoliación de los depósitos menores de 100.000 euros) o la lucha contra los paraísos fiscales, tan retórica como lenta. ¿Por qué no se avanzó? Porque Alemania se opone a los calendarios que pretende poner en marcha el BCE, apoyado en esto por países como Francia, España o la propia Comisión Europea.

El duelo continúa. Este fin de semana el presidente del banco central de Alemania (Bundesbank), Jens Weidmann —el más ortodoxo de los ortodoxos— criticó en una entrevista a su colega Mario Draghi, gobernador del BCE (Weidmann pertenece el consejo de administración del BCE) porque la disposición de este último a comprar bonos soberanos a cambio de más reformas conduce a “riesgos y efectos secundarios” como los que están corriendo la Reserva Federal, el Banco de Japón o el Banco de Inglaterra. Objetivo: no moverse ni un milímetro del marco estatutario del BCE, el más restrictivo en sus actuaciones en relación con sus colegas de otras partes.

Estos enfrentamientos, muchas veces más teóricos que eficaces, pillan como testigos a los países que los sufren. El resultado es que en su seno se ha roto el unanimismo existente, a derecha e izquierda, sobre el euro como motor de la unificación europea. Cada vez se escucha más la aseveración de que Europa es más importante que el euro y que la moneda única se creó para mejorar la vida de la gente y no para llevarla a la ruina. Casi un año después de que los gobernantes se conjuraran para salvar al euro se tiene la sensación de que la tendinitis (la crisis de la deuda pública) se ha superado, pero la verdadera enfermedad de la zona (el paro y el estancamiento) avanza a la vista de todos.

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