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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Educación superior necesaria, pero no suficiente

Los datos de la EPA del primer trimestre que el INE ha revelado esta semana describen un panorama desolador de nuestro mercado de trabajo. El número de ocupados ha descendido en 322.000 trabajadores, lo que hace descender el número total de ocupados a los niveles de 2002; el número de desempleados alcanza los 6.202.700 individuos que quieren trabajar y no encuentran trabajo, y el descenso de ocupación, aunque se produce en todos los tramos de edad, es más intenso entre los menores de 30 años. Es del colectivo de jóvenes, los que se sitúan en el intervalo de edad entre los 16 y los 30 años, y en particular, de aquellos que ya han finalizado sus estudios, de quienes me ocuparé en este artículo.

Destaquemos en primer lugar que este colectivo asciende a unos 4.700.000 individuos. Sin embargo, como es bien sabido, dentro del grupo de menores de 30 años, la situación y perspectivas laborales varían enormemente según el nivel educativo alcanzado. En este sentido, el presente y futuro laboral de aquellos que abandonaron sus estudios bien antes o al finalizar la educación obligatoria no es comparable con la situación que afrontan, o deberían afrontar, aquellos que “hicieron los deberes”, que invirtieron en capital humano hasta alcanzar niveles superiores de educación —bien sea en formación profesional o universitaria—.

La primera mala noticia que los datos tozudamente reflejan es que de los 4,7 millones de jóvenes activos que nuestro país tiene en el primer trimestre de 2013, un 40% (1,9 millones) pertenece al primer grupo, a los que alcanzaron como máximo los niveles obligatorios de educación (secundaria, primera etapa), pero que no continuaron con su formación.

Si esta sociedad no les ofrece nada, se marcharán, y lo peor es que muchos de ellos no volverán

De este colectivo, la mayoría (casi el 54%) están en la actualidad desempleados. Si estos jóvenes pretenden tener una trayectoria profesional positiva durante el resto de su vida laboral y no quiere estar expuesto a cortos periodos de empleo y largos periodos de desempleo, debe retornar al sistema educativo para completar su formación. Que completen su formación bien a tiempo completo o a tiempo parcial por medio de la formación dual, pero que no se conformen con el nivel educativo alcanzado porque el futuro laboral que les espera es muy poco prometedor.

Centrémonos ahora en el otro grupo, en aquellos que alcanzaron niveles superiores de educación, los que “hicieron los deberes”. ¿Cuál es su situación laboral? En primer lugar, destacar que este colectivo asciende a alrededor de un millón y medio de individuos, casi el 32,5% del colectivo de jóvenes activos. De estos individuos, un 70% (alrededor de 1 millón) trabajan, y el resto, unos 455.000, están desempleados. De los primeros, los ocupados, un 57% son mujeres, un 55% viven con sus padres, llevan de media 2,5 años en la empresa, y de los que son asalariados, el 53% tiene un contrato indefinido, mientras que el 47% restante tiene contrato temporal.

¿Y cuánto ganan? Por desgracia no tenemos esta respuesta, dado que la EPA no proporciona información sobre los salarios. Utilizando otras fuentes de datos, sin embargo, sorprendería que estuvieran por encima de los mileuristas.

¿Y cuál es la fotografía del medio millón largo de desempleados que alcanzaron niveles superiores de educación? Que el 56% son mujeres, el 76% viven con sus padres, el 80% tiene experiencia laboral previa y, quizá el peor dato de todos, que el tiempo medio que ha pasado desde que dejaron el último empleo asciende a 13,4 meses. De hecho, el 42% de este colectivo es un desempleado de larga duración al llevar más de un año parado.

¿Qué reflejan estos datos? Que en la actualidad ni la educación superior basta para nuestros jóvenes, que los niveles de desempleo y precariedad a los que se enfrentan, incluso los más educados, son insoportables, que la sociedad no puede dejar que este colectivo, que en su gran mayoría se ha formado con fondos públicos, se descapitalice.

No debiera ser tan difícil orientar a estos jóvenes, dirigirles hacia los empleos con mayor futuro, hacer saber a las empresas de su existencia y a ellos de las posibles vacantes. Ellos son nuestro futuro. Si esta sociedad no les ofrece nada, se marcharán, y lo peor es que muchos de ellos no volverán porque quizá para cuando nuestra sociedad pueda proporcionarles algo comparable a lo que otros países de nuestro entorno les ofrece, sea demasiado tarde.

Sara de la Rica es catedrática de Economía de la Universidad del País Vasco e investigadora de Fedea.

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