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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cambiar la narrativa

Ángel Ubide

Cuando llegan las reuniones de primavera y de otoño del FMI, Washington se llena de visitantes de todos los países del mundo. Las delegaciones invaden el centro de la ciudad, los restaurantes se llenan, las conferencias y las reuniones se multiplican. En la estrategia y el tono de las reuniones se nota el caché de los países. Los hay que solicitan reuniones, los hay que las conceden. En general, los países con problemas son los que se preocupan de reunirse con el máximo número de inversores, académicos, creadores de opinión... para así transmitir un mensaje lo más positivo posible. En los últimos dos años, todos los países con problemas han tratado de acercarse al mayor número posible de observadores —menos, salvo en muy contadas excepciones, España.

Será que no hace falta, que la imagen de España en el mundo es muy positiva y que no quedan dudas sobre la sostenibilidad, el afán reformador o el potencial de crecimiento de la economía española. O quizá es un error, porque sí que hace falta, y mucha, contar en el extranjero las perspectivas económicas, los avances reformistas, el progreso en la reducción del déficit, la mejora de la situación del sistema bancario. Quizá sí que hace falta salir a explicar la realidad al extranjero, donde no hay beneficio electoral, sino potencial, de crecimiento.

Sera quizá por eso, porque hace mucha falta cambiar la narrativa negativa sobre la economía española, que las empresas españolas han decidido acometer por su cuenta la promoción de los progresos españoles, porque el pasaporte español les sigue costando dinero, tanto en función del coste de financiación como del acceso a mercados. Como ha informado EL PAÍS en varias ocasiones en las últimas semanas, el Consejo Empresarial para la Competitividad ha preparado un informe sobre la evolución macroeconómica de la situación española y las oportunidades de inversión que presenta, y lo está divulgando por todo el mundo. Yo he colaborado en la presentación de dicho informe en Estados Unidos, y la experiencia ha sido muy reveladora.

Algo falla. No basta con hablar de marca España, en abstracto. Hay que salir con humildad a cambiar la narrativa, país por país, ciudad por ciudad, si queremos que las exportaciones sean el nuevo motor de la economía española.

Para empezar, el informe es un gran punto de partida para atacar los típicos argumentos que forman la narrativa actual sobre la economía española. La imagen exterior de la economía española es que no es competitiva, que no es capaz de reformarse, que no es capaz de controlar el déficit, que el sistema bancario no es solvente. La realidad es bastante distinta. España era y es competitiva —al menos una parte de España, la España que se muestra al exterior, la España que no está protegida de la competencia y que no responde a criterios políticos. España ha sido uno de los pocos países desarrollados que apenas perdieron cuota de mercado exterior durante la primera década del siglo XXI, a pesar del rápido crecimiento de los costes laborales unitarios y de la competencia de los mercados emergentes. Durante la crisis, la mejora del déficit por cuenta corriente ha sido muy importante: una reducción de más de 8 puntos porcentuales del PIB, que sitúan a España muy cercana al equilibrio exterior —todo ello en un contexto de crecimiento negativo de los costes laborales unitarios—, mejorando así la competitividad. Quizá la mejor manera de valorar el ajuste español es evaluar la evolución de las exportaciones como porcentaje de importaciones, que ya han superado el nivel de mediados de los años noventa, a pesar de no contar con la devaluación de la peseta que tuvo lugar entonces, que supero el 30%. ¿Cómo ha sido posible esta mejora? A base de esfuerzo del sector exportador español, abriendo nuevos mercados, ampliando cuota en mercados de alto crecimiento y diversificando la cartera de productos. La balanza comercial con la eurozona está, por primera vez, en superávit. La mejora del déficit por cuenta corriente es, en gran medida, permanente.

De manera paralela, el desapalancamiento del sector privado ha sido impresionante: se ha pasado de un déficit con el resto del mundo superior al 13% del PIB a un superávit cercano al 5%, un ajuste de 18 puntos del PIB en tan solo cinco años. El sector público también ha progresado en el ajuste fiscal, reduciendo el déficit primario estructural en unos 10 puntos del PIB en el periodo 2009-2012. El proceso de recapitalización bancaria, a pesar de los vaivenes, los errores iniciales y las incertidumbres, ha avanzado, y el coste de la restructuración y la recapitalización parece que no superará el 6% del PIB, en línea con la experiencia de muchos otros países. La reforma laboral, aunque muy imperfecta, se ha comenzado a ver en las negociaciones salariales. Quizá como reflejo de estas medidas, la inversión directa extranjera no ha dejado de acudir a España, a pesar de la crisis de los últimos años.

Queda mucho camino por recorrer, por supuesto, muchas reformas por acometer. El desempleo es altísimo; el crecimiento es todavía negativo; la deuda pública, alta; el crédito, escaso. Pero es un panorama esperanzador porque demuestra que, tras el choque inicial, el sector privado español ha sido capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias. De hecho, si uno descuenta la tremenda contracción que supone el ajuste del mercado inmobiliario, la economía española se ha comportado de manera similar al resto de la zona euro, a pesar del mayor ajuste fiscal. ¿Por qué? De nuevo, las exportaciones. La recuperación española puede fácilmente seguir el modelo alemán: que el tirón de las exportaciones acabe animando la inversión, facilitada por la saneada situación de los balances del sector privado. ¿Llegará el crecimiento este año? Por qué no. Hay muchos elementos fuera del control de la economía española, pero con un ajuste fiscal menor que el año pasado y unas condiciones de financiación mejores es lógico pensar que el pulso económico mejore. El mensaje principal debe de ser que la tendencia está cambiando, que estamos tocando fondo, que la segunda derivada se ha vuelto positiva.

Tras contar esta historia por Estados Unidos, las impresiones en la sala eran sobre todo de sorpresa positiva. Prácticamente nadie sabía que la competitividad del sector exportador español era tan atrayente —lo único que el mundo sabe de la competitividad española es que la evolución de los costes laborales unitarios con respecto a Alemania durante el periodo del euro implican, en teoría, una tremenda pérdida de competitividad—. Nadie se había enterado de que la evolución de los salarios había cambiado drásticamente, con crecimientos por debajo del 1%. Nadie entendía que el crédito, a pesar de su contracción y de los muchos problemas que las pymes tienen para financiarse, sí que encuentra el camino de las empresas con perspectivas de crecimiento. Las preguntas en general eran positivas, curiosas, apreciativas del esfuerzo, con una excepción: las que provenían de españoles en el extranjero no ligados al sector empresarial. El escepticismo y la negatividad eran la nota dominante en estos casos. ¿Será que la percepción de falta de liderazgo institucional está empezando a minar la confianza de los españoles?

Cabe preguntarse, por tanto, por qué esta visión positiva no convence en Bruselas o en el FMI, a la vista de las nuevas previsiones del World Economic Outlook. ¿Será que no la contamos bien? ¿Será que no transmitimos confianza y seriedad? Hace falta un esfuerzo institucional mucho mayor para cambiar esta narrativa en el extranjero. ¿Por qué son los propios españoles en el extranjero los que dudan? Algo falla. No basta con hablar de marca España, en abstracto. Hay que salir con humildad a cambiar la narrativa, país por país, ciudad por ciudad, si queremos que las exportaciones sean el nuevo motor de la economía española.

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