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España se la juega con el euro fuerte

El impacto cambiario sobre el comercio intracomunitario es mayor de lo estimado

Alicia González
Planta de Volkswagen, en Wolfsburg, que importa muchos de sus componentes.
Planta de Volkswagen, en Wolfsburg, que importa muchos de sus componentes. Fabian Bimmer (Reuters)

A finales de enero, el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, arremetía con dureza contra el nuevo gobierno de Japón. Weidmann acusaba a las autoridades niponas de amenazar la independencia de su banco central y, con ello, del riesgo de desatar una guerra de divisas al propiciar un yen más debilitado. La acusación de Weidmann era relativamente fácil de entender por el impacto que una moneda común fuerte tendría sobre la economía alemana, tercer exportador mundial. Pero a la vista de los datos que arroja el comercio exterior español, quizás el gobernador del Banco de España, Luis Linde, debería haberse sumado a la protesta.

Aunque las exportaciones españolas tienen como principal destino otros países del euro —un 63% del total en 2012— y, por tanto, no se ven afectadas directamente por el tipo de cambio, sí lo son de forma indirecta. Buena parte de los productos que España vende a Alemania o a Francia son bienes intermedios que sirven para fabricar muchos de los productos que estos países exportan fuera de la zona euro, como coches, maquinaria pesada o productos químicos. De ahí su exposición indirecta a los vaivenes del euro y su dependencia de la demanda global.

De hecho, un informe de Goldman Sachs, elaborado por su equipo de economistas europeos, revela que de una apreciación del euro del 3% afectaría más negativamente a las exportaciones intracomunitarias españolas que a las alemanas [ver gráfico adjunto] aunque en su conjunto Alemania sería la economía del euro más afecta en términos de caída de PIB y del total de las exportaciones ante una fuerte apreciación de la divisa europea.

Una apreciación del 3% afecta negativamente a las ventas españolas a sus socios

El informe insiste en que las nuevas cadenas globales de producción han transformado los modelos tradicionales del comercio internacional y han afectado tanto al comercio de la Eurozona con el resto del mundo como a los intercambios comerciales entre los propios socios de la zona euro. “El crecimiento mundial y el tipo de cambio son factores determinantes para la demanda de fuera de la Eurozona”, sostiene el equipo de economistas liderado por Huw Pill. “Dentro de la región, Alemania está más expuesta directamente a la demanda exterior que otras economías periféricas, como España”, apuntan . Pese a ello, el informe sostiene que “la periferia se beneficia mucho más de la demanda externa de lo que sugieren los vínculos de comercio bilateral con el resto de las economías mundiales”.

Uno de los problemas que evidencian los datos del informe es la deficiente medición de los intercambios comerciales, que tradicionalmente se miden por los envíos que salen y entran de un país. Tanto la Organización Mundial del Comercio (OMC) como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han defendido en distintas ocasiones la necesidad de revisar las estadísticas comerciales para reflejar más fielmente la realidad del sector. Con escaso éxito por el momento.

No son pocos los economistas que defienden que lo que importa para medir la verdadera contribución del comercio al PIB es el “valor añadido” del intercambio comercial propiamente dicho, es decir, el que resta de eliminar la parte de las importaciones de las exportaciones brutas. Así medido, según los cálculos de Goldman Sachs, el elevado componente de importaciones en las exportaciones de Alemania provoca que la aportación al PIB del sector exterior pase del 33% en términos brutos al 24%, si lo medimos en términos de valor añadido. En el caso de España, la diferencia es mucho más reducida, del 19% frente al 15% [ver gráfico adjunto], dado el menor componente importado de sus ventas al exterior.

Tras el colapso del comercio mundial que se produjo entre 2008 y 2009, el peso de las ventas a países fuera de la zona euro ha ido en aumento. Si cuando arrancó la moneda única, en 1999, las exportaciones dentro de la Eurozona y fuera de ella estaban más o menos equilibradas, en términos brutos, hoy en día las ventas extracomunitarias son un 50% mayores que las que se producen dentro de la unión. De ahí que el tipo de cambio del euro cada vez cobra mayor importancia para los exportadores europeos. No en vano, el sector exterior se ha convertido en el motor del crecimiento europeo, dadas las políticas de austeridad que se están aplicando de forma sincronizada en la región.

BNP sostiene que la moneda única debería cotizar en torno a 1,21 dólares y no los 1,30 actuales

No es de extrañar, pues que en una conferencia con clientes celebrada esta semana en Madrid Huw Pill advirtiera que para “la Eurozona el mayor riesgo potencial procede del tipo de cambio” y que la región debía estar atenta a las presiones derivadas de la conocida como guerra de divisas. Y en esa batalla, parece que el euro tiene todas las de perder.

Según un informe de Jean -Luc Proutat, analista de BNP Paribas, la fortaleza del euro frente al dólar se debe a que la economía estadounidense tiene una mayor tendencia a generar inflación que la zona euro. “Si el precio de la producción de Estados Unidos aumenta más deprisa que la de la Eurozona, la demanda europea de productos y servicios estadounidenses —en última instancia, una fuente importante de demanda de dólares frente a euros—, tenderá a dar prioridad a los productos locales frente a los estadounidenses”, sostiene Proutat. “Una mayor oferta de dólares y una menor demanda de divisas estadounidenses lleva a una caída del billete verde y a una apreciación del euro”. Es decir, que existen factores estructurales que apoya la debilidad del dólar frente a la moneda única. Pese a todo, el economista francés calcula que el nivel de equilibrio del tipo de cambio se situaría en 1,21 dólares por cada euro, “lo que supone que la divisa europea está actualmente sobrevaluada”. El pasado viernes el euro cotizaba a 1,3 dólares.

A esos niveles, y si la carrera por una devaluación de las distintas divisas se agudiza, las alarmas han sonado entre los exportadores europeos y todas las miradas se han dirigido hacia el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi. En la reunión del consejo de gobierno del banco del pasado mes de febrero, Draghi admitió el impacto del tipo de cambio sobre el crecimiento de la región. “Queremos ver si la apreciación actual [del euro] es sostenida y si ello altera nuestra análisis sobre los riesgos a la estabilidad de precios”, apuntó. Sólo con esa muestra de preocupación, Draghi logró frenar la escalada de la divisa pero apenas por unos días. Aunque Draghi recalcó que “el tipo de cambio no es un objetivo de la política monetaria”, quizás la debilidad económica de la Eurozona le obligue a cambiar de opinión y a adoptar otro sesgo para preservar el único sector que puede liderar la recuperación en en Europa.

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Sobre la firma

Alicia González
Editorialista de EL PAÍS. Especialista en relaciones internacionales, geopolítica y economía, ha cubierto reuniones del FMI, de la OMC o el Foro de Davos. Ha trabajado en Gaceta de los Negocios, en comunicación del Ministerio de Economía (donde participó en la introducción del euro), Cinco Días, CNN+ y Cuatro.

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