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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Siempre nos quedará Bruselas

Xavier Vidal-Folch

Rick-Humphrey Bogart le dice con voz gangosa a la Ilsa-Ingrid Bergman de ojos húmedos: “Siempre nos quedará París”. Esa escena de Casablanca grabó para la inmortalidad la cantidad de esperanza que cabe en un recurso de última instancia, sea a la nostalgia, a un clavo ardiente, o al imperio de la ley.

“Siempre nos quedará Bruselas”, podemos versionar esta semana los ciudadanos/consumidores españoles ante una fantástica derrota de España frente a la Unión Europea. La Comisión ha desmantelado, con criterio acertadamente liberal —a no confundir con neoliberal—el proyecto de ley firmado por José Manuel Soria para unificar los distintos reguladores (Competencia, Telecos, Energía, Postal, Medios, Aeropuertos, Juego...) en una sola Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). Bajo pretexto de mejorar la eficiencia, el proyecto, de un intervencionismo ilimitado, quería convertir esos organismos independientes en una terminal ministerial, domesticada.

¿Cómo? Mediante “mecanismos que permitan al Gobierno intervenir en situaciones excepcionales donde, además de los objetivos perseguidos por la regulación, deben tenerse en cuenta otros elementos ante un posible perjuicio para el interés general”: es decir, todos, según propugnaba el texto de PriceWaterhouse iniciado cuando Luis de Guindos trabajaba allí y que Soria se aprestó a copiar.

El desmoche del plan del regulador domesticado es una derrota de España ante Europa

Uno de los mecanismos para arrasar la independencia de los reguladores era la cláusula residual de competencias, por la que los ministerios recuperaban todas las funciones que no fueran expresamente atribuídas a la CNMC. Otro atribuía directamente tareas reguladoras clave (la famosa Función 14 de Energía, que regula el permiso a las sociedades reguladas para participar en otras) al Gobierno. Se ataba su financiación al presupuesto. Se designaban a dedo los directivos.

Todo eso se acabó. El Gobierno se ha rendido. Soria se inclinó ante la comisaria Neelie Kroes en Barcelona, donde ambos acudían al congreso mundial de telefonía móvil... que seguirá celebrándose en la misma ciudad, gracias a que decide el mundo y no España, aunque la cutrería centralista le arrebate la única sede descentralizada, la de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones.

Eso sí, ha tenido que desperdiciarse un año exacto de tiempo (el anteproyecto es de 28 de febrero de 2012). Y energías y prestigio, pues suscitó protestas liberales y cartas como el ultimátum de cuatro directores generales comunitarios, el 29 de noviembre. Lo que tiene legislar mal.

¿Por qué la regulación, contra el sentir profundo de este Gobierno, debe ser independiente? Porque “un regulador independiente será más reacio a fijar las tarifas de los servicios en función de su rédito electoral”; porque contribuirá “a generar un entorno estable para las inversiones” que en estos sectores son de largo plazo, hasta 30 años; porque “estar a expensas del ciclo electoral genera incertidumbre”; y porque “la independencia permite anticipar que si la regulación en el futuro debe ser modificada, se hará basándose en principios económicos razonables”, como bien sintetiza Gerard Llobet.

Siempre nos quedará Bruselas, que no es sólo el lugar donde los campesinos acudían a protestar por los precios agrícollas. Ni es solo la troika, policía y chivo expiatorio al tiempo de las catastróficas políticas nacionales. Es también la percha donde agarrarse cuando las cementeras, las telefónicas o las petroleras abusan o acuerdan ilegalmente precios. Cuando gobiernos como los de Austria, Hungría o Rumanía aplastan sus Constituciones o persiguen a sus minorías gitanas. Cuando los gobernantes próximos, tan simpáticos, olvidan los requisitos mediambientales de las obras públicas. Cuando funcionarios o beneficiarios trampean con las subvenciones agrarias. Cuando los Gobiernos legislan ahítos de soberbia nacionalista, de autoritarismo o de proteccionismo, esas peligrosas levaduras de la guerra. Aún nos queda algo.

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