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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Es un tratado, pero no lo saben

La supervisión es una pieza clave en la unión bancaria, pero solo una parte en la económica

Xavier Vidal-Folch

El alcance, modos y medios de la supervisión bancaria europea en la que anoche se enzarzaban los ecofines es un pilar clave de la futura unión bancaria. Pero es únicamente una de sus piezas.

Y la unión bancaria es solo un elemento de la unión económica con la que se pretende completar la monetaria. Las otras son una unión presupuestaria (la potencia fiscal o fiscal capacity bajo la que se la enmascara), que acabará teniendo deuda, Tesoro y Hacienda comunes, o si no languidecerá o se romperá; una unión de políticas económicas, que armonice impuestos, mercados laborales, pensiones y todo lo federalizable; y una unión política que legitime el proceso, sometiendo a control europeo las nuevas competencias transferidas a la UE.

No se fija método para evitar la captura del supervisor por los bancos supervisados

Si desean orientarse en el significado del Ecofin de ayer y de la cumbre que hoy empieza, busquen en la web comunitaria las tres sucesivas versiones (26 de junio, 12 de octubre y 5 de diciembre) del documento del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, también suscrito por los de la Comisión, el Eurogrupo y el BCE, los cuatro presidentes.

Si lo completan con las conclusiones de las cumbres de la eurozona de 29 de junio y de las de la UE de 19 de octubre y de hoy/mañana, y aún le añaden el Anteproyecto para una profunda y genuina unión económica y monetaria, del 30 de noviembre (CXOM(2012) 777 final/2), de la Comisión, y sus propuestas de directiva sobre liquidación (resolution) de entidades financieras y fondos de garantía de depósitos, y el reglamento debatido este miércoles sobre supervisión del BCE (1714/12), ya tienen todas las fichas del patchwork.

Todas ellas configuran, en forma de rompecabezas y no de la habitual pirámide propia de los textos constitucionales, un ambicioso nuevo Tratado. Que rellena muchos vacíos dejados por Maastricht. Ellos, sus redactores, los cuatro presidentes, quizá no lo saben, porque han sido delegados para ello de forma improvisada, a trompicones de los recuelos de la crisis, con la instrucción de producir pieza a pieza, más que un sólido cuerpo conjunto. Quizá quienes más se percatan de la ambición subyacente son los británicos, al otear peligro para su City, y por eso amagan con escapar.

Se mantiene la mediocre Autoridad Bancaria Europea para tareas menores

Es lástima que no se haya empleado el método clásico, como para el euro, iniciado por un trabajo a fondo a cargo de sabios, el Informe Delors (1989), seguido de una Conferencia Intergubernamental (1991, que desembocó en Mastricht), mediando una Convención más amplia, como la convocada para la (fallida y rescatada en Lisboa) Constitución. Se entiende la fatiga de tanta reforma —e incluso el interés de la potencia dominante de controlarlo todo—, pero nos arriesgamos a perder calidad y pluralidad, porque cuatro no son más que veintisiete.

Este lamento no es doctrinal, surge de analizar esos documentos. Veamos. El primer papel de Van Rompuy, un tipo laborioso pero que no es Jacques Delors, deslumbró en junio pues incorporaba los sueños federales de los que tantos líderes recelaban. Primero, una unión bancaria con supervisor global europeo (el BCE) y un fondo de garantía y un esquema de rescate o liquidación de bancos. Segundo, un “marco presupuestario integrado”, con posible “emisión de deuda común” por etapas y una “institución fiscal” con “oficina del Tesoro”. Tercero, aproximación de políticas económicas (movilidad laboral, impuestos). Cuarto, estricto control democrático.

Luego le añadió los “contratos” entre la UE y Estados miembros para garantizar el cumplimiento de las políticas económicas comunes, incluida la disciplina presupuestaria; combinados con la contrapartida de un fondo de estabilización para los países más vulnerables, sometidos a crisis asimétricas, que les ayudaría a combatir el desempleo; un “sistema de seguro” para encarnar la potencia fiscal; una cuasi armonización fiscal y laboral; y un calendario en tres etapas. (2012/13; 2013/14; 2015 en adelante), aunque la última, poco detallada.

Las incógnitas son muchas. Los obstáculos, ingentes. Las limitaciones contaminan, no solo el lenguaje —predomina el modo condicional, “se podría”, “cabría”...—; también la ambición. No se fija método para evitar la captura del supervisor por los bancos supervisados. Ni se enuncia una estrategia de evitar el excesivo tamaño bancario y trocear a los “demasiado grandes para quebrar”. Nada se dice sobre la retroactividad de los rescates bancarios europeos iniciados (España, Irlanda). Continuará habiendo distintos fondos de garantía de depósitos, pero solo uno de liquidación y no queda clara la exigencia de transparencia entre las opciones de rescatar o liquidar entidades. Se mantiene la mediocre Autoridad Bancaria Europea para tareas menores (un caramelo a la City, donde está su sede). No hay propuestas novedosas sobre cómo alimentar la nueva potencia fiscal, para lo que sería útil la tasa sobre transacciones financieras (Tobin). Ni sobre un Ministerio de Hacienda común. Y así hasta...

Pese a esos defectos, una refundación europea —soterrada—, está en marcha. España ha contribuido a ella, discretamente, pero bien. Con dos magníficos non-papers, en septiembre, sobre la unión presupuestaria y la bancaria, alguna de cuyas ideas han sido escuchadas, como la necesidad de “mecanismos de estabilización para afrontar las crisis asimétricas”. Otras, por desgracia, aún no: la creación de una Autoridad Presupuestaria Europea. Que persevere.

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