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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un nuevo pacto social europeo

Joaquín Estefanía

Durante la mayor parte del siglo XXI India será la economía más grande en términos de población, China en cuanto a la producción y EE UU el país más rico entre las principales economías en términos de renta per cápita. Así se describen las principales tendencias en la actual centuria en el libro Una nueva época. Los grandes retos del siglo XXI, de los economistas Emilio Ontiveros y Mauro F. Guillén (Galaxia Gutenberg), un análisis de prospectiva que supera el ámbito especializado de la economía.

En este mapa no aparece Europa, la vieja Europa. Por primera vez en la historia, varios países han invertido sus pirámides de edad, teniendo más personas mayores de 60 años que menores de 20, más gente vive en las ciudades que en el campo y más personas padecen de obesidad que de hambre. Ello genera cambios sociales muy sustantivos, entre ellos los relacionados con el Estado de bienestar y sus programas más importantes, la educación, el desempleo, las pensiones y la sanidad. Los autores del libro entienden que las mayores tasas de dependencia y el envejecimiento de la población “harán más difícil mantener los beneficios en los niveles actuales”.

A estas dificultades se ha añadido la profundidad de la Gran Recesión, que afecta a Europa con más virulencia que a otras zonas del planeta. Como consecuencia de esta doble pinza (condiciones objetivas y elección de unas determinadas políticas económicas), el contrato que dio lugar al modelo social europeo después de la Segunda Guerra Mundial, la mejor utopía factible de la humanidad, está en cuestión. Aquel contrato implícito entre las principales fuerzas políticas —socialdemócratas y democristianos—, proporcionó el periodo más intenso de crecimiento económico (la edad de oro del capitalismo) y la formación de los modernos Estados de bienestar.

La vieja Europa no cuenta en el nuevo reparto del mundo más rico

Stiglitz lo ha resumido de este modo: un pacto entre la parte alta de la sociedad y el resto, en el que los primeros se comprometían a proporcionar empleo y prosperidad, y los demás permitían a aquella que se llevase sus beneficios. “Todos vosotros os lleváis una tajada, aunque nosotros nos llevaremos la más grande”, decían. Ese acuerdo tácito, que siempre había sido frágil, se ha desmoronado ruidosamente: los ricos se siguen llevando la riqueza, pero no proporcionan a los demás más que angustia e incertidumbre. La clase media está siendo exprimida y el sufrimiento de los de abajo se va haciendo más palpable a medida que aumenta el paro y quedan en evidencia las deficiencias de la red de seguridad con los recortes en los programas públicos de ayuda y en los bienes públicos.

Ello da lugar a la crisis más intensa de la corta historia de la Unión Europea (UE), con la desnaturalización de un proyecto que muchos han considerado una de las construcciones políticas más importantes del siglo XX. Las políticas económicas que se están aplicado son un fracaso, producen una redistribución de la renta y de la riqueza tan regresiva que generan fuertes dosis de desafección ciudadana, y erosionan un modelo social que ha sido la seña de identidad más poderosa del viejo continente frente a otras zonas del mundo más desarrollado, y al que aspiraban todos.

Por ello urge otro pacto social europeo actualizado que tenga en cuenta las nuevas condiciones objetivas (sociedades más viejas, presencia de millones de inmigrantes) y corrija los efectos más injustos de las políticas económicas adoptadas (ausencia de pleno empleo, empobrecimiento,…) recomponiendo el consenso ciudadano.

Para ello, lo primero será mandar al cubo de la basura el equivocado diagnóstico en que se han basado esas políticas (la crisis ha sido provocada por el descontrol presupuestario; los déficits no son consecuencia de la gestión de aquella y de los regalos fiscales anteriores a la misma) y establecer uno más ajustado a la realidad, que parta del infarto del sistema financiero, el crecimiento del endeudamiento privado, la recesión que provocó la crisis financiera sobre la economía real, las grandes asimetrías entre los países de la zona euro, la incompleta construcción de la Unión Monetaria, la carencia de una Unión Económica y la falta de una Unión Política, etcétera. El diagnóstico actual se sustenta en los prejuicios ideológicos de los que hoy dominan, de los que se derivan los continuos sofismas con los que nos tratan de confundir.

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