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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los próximos 50 años

Emilio Ontiveros

Es verdad que no hay mal que cien años dure: algún día las economías hoy en recesión la superarán. Pero la recuperación de los daños que esta crisis está originando exigirá una temporada larga. La elevada mortalidad empresarial, la ausencia de inversión, el prolongado desempleo de los jóvenes, la reducción de los presupuestos de educación o de fortalecimiento del capital tecnológico y el debilitamiento de las instituciones ya han erosionado el potencial de crecimiento de muchas economías. Cuanto más tarde en llegar la recuperación de la demanda, mayores serán las dificultades para asentar el crecimiento futuro.

En la medida en que son las economías avanzadas las más directamente afectadas por esta crisis, una de las consecuencias de la misma será el estrechamiento adicional de las diferencias en tamaño frente a las consideradas emergentes. Al menos hasta el momento, estas últimas han sorteado mucho mejor las consecuencias de una de las pocas crisis financieras de la era post-Bretton Woods con el epicentro distante de la periferia. Aun cuando el contagio real les haya impactado en sus exportaciones, la capacidad defensiva de las emergentes, por primera vez en esta nueva época, ha sido significativamente inferior. En realidad, las condiciones financieras de la mayoría de ellas son claramente más favorables, más propiciadoras del crecimiento económico, que las vigentes en algunas economías de la eurozona. Ello es de aplicación, por supuesto, a los flujos de inversión extranjera, los que buscan disponer de posiciones ventajosas ante esas mayores posibilidades de crecimiento. El resultado será una aceleración de la convergencia en la generación de rentas.

Y es que además de esos menores daños en el crecimiento potencial, las economías pertenecientes al G-20 que no lo son de la OCDE seguirán beneficiándose de la difusión de unas tecnologías cuya permeabilidad geográfica a costes relativamente bajos está alterando a un ritmo elevado las ventajas competitivas de las naciones. La dinámica demográfica favorecerá igualmente a aquellas economías hoy menos desarrolladas que disponen de un mayor grado de inserción en la economía global. También lo harán la adopción de reformas y mejoras en las condiciones de oferta, así como en el funcionamiento de los mercados.

La OCDE ha hecho un ambicioso ejercicio de prospección basándose en un modelo que proyecta el crecimiento económico a lo largo de los próximos 50 años. Un escenario en el que se asume que en las economías tienen lugar reformas estructurales y en el saneamiento de las finanzas públicas a diferentes ritmos. La principal conclusión es que, como era lógico suponer, las economías no pertenecientes a la OCDE seguirán creciendo a un ritmo significativamente superior al de las avanzadas, aunque esa intensidad relativa también se irá suavizando a lo largo de las próximas décadas.

Cuanto más tarde en llegar la recuperación de la demanda, mayores serán las dificultades para asentar el crecimiento futuro

Que no vuelvan a existir crisis como la actual dependerá básicamente de la continuidad en la reducción de los desequilibrios globales, en especial de esas asimetrías tan pronunciadas en las posiciones de las balanzas por cuenta corriente como los que precedieron a esta crisis, o directamente alimentaron su emergencia. Las previsiones de la OCDE no son precisamente optimistas a este respecto: hasta 2020 esos desequilibrios seguirán ampliándose. El ensanchamiento del superávit de China tendrá lugar a medida que la inversión de esa economía caiga más rápidamente que su tasa de ahorro, debido fundamentalmente al descenso en su crecimiento potencial.

También es fácil asumir que la conformación de los escenarios de crecimiento en este próximo medio siglo dependerá de los desarrollos en educación, de los progresos tecnológicos y, no menos importante, del grado de participación de la fuerza de trabajo. En cada país el ascenso del PIB por habitante dependerá, lógicamente de sus propias dotaciones, de las políticas y de la calidad de las instituciones. Las diferencias entre países serán explicadas por las diferencias en los niveles de tecnología de partida y la correspondiente asimilación posterior, en la intensidad de otras formas de capital, con especial importancia del capital humano.

En conjunto, en el próximo medio siglo la economía mundial crecerá según la OCDE, a una tasa media del 3% anual, impulsada como ha ocurrido en las últimas dos décadas por mejoras en la productividad y en el fortalecimiento del capital humano. Las economías avanzadas, que pesarán cada día menos en el conjunto global, lo harán al 2% hasta 2060, con algunas de ellas, las más tardías en recuperarse de la recesión, significativamente por debajo. Las economías no pertenecientes a la OCDE crecerán desde esa tasa media del 7% de la pasada década a un entorno del 5% en 2020 y bajarán a la mitad en 2050. China seguirá siendo la que registre la tasa más elevada de expansión —hasta convertirse en los próximos años en la primera economía del mundo—, pero irá acusando los efectos del declive en la población en edad de trabajar, consecuentemente en la tasa de participación, y su ritmo de crecimiento económico será superado a partir de 2020 por los de India e Indonesia. Esas diferencias apenas afectarán, sin embargo, a las posiciones que actualmente ocupan las naciones por renta por habitante, debido a la persistencia de diferencias en la disposición de habilidades del factor trabajo y en la generación de productividad. Son conclusiones no muy distintas a las que aparecen en el libro Una nueva época, editado por Galaxia Gutenberg, como traducción del Global turning points, editado por Cambridge University Press, de los que somos autores Mauro Guillén y yo mismo.

Es probable, sin embargo, que la demografía, el grado de participación laboral de la población de mayor edad, amplíe las diferencias en ese indicador de bienestar en el seno de áreas como la eurozona, y las de algunas de estas economías con EE UU. Desde España debemos tomar buena nota. Son, en efecto, consideraciones que, con bastante independencia de la fiabilidad de las previsiones concretas, deberían ser asumidas en sus componentes tendenciales más relevantes. Desde luego las sugerencias de recomposición rápida e intensa de las dotaciones hoy erosionadas por la prolongación y severidad diferencial de la crisis en nuestra economía.

La particularización de esas previsiones en la economía española no es precisamente muy favorable: caerá por debajo del promedio de los años 1995-2011 (2,9% de crecimiento y 1,9% en el del PIB per cápita), y por debajo de la media de las economías avanzadas. El crecimiento económico promedio en ese medio siglo próximo será del 1,7%, y algo menos, del 1,4%, la tasa más expresiva del crecimiento del bienestar, la renta por habitante, mientras que en el conjunto de la OCDE esos valores serán de 2% y 1,7%, respectivamente.

La sugerencia es clara: para superar esa previsión es de todo punto necesario fortalecer dotaciones de capital y habilidades de las personas. Y, desde luego, poner a trabajar a un mayor contingente de población, especialmente de jóvenes. Pero todo ello quedará hipotecado mientras las políticas económicas en la eurozona mantengan como prioritarios otros objetivos: mientras dominen ambiciosas pretensiones de saneamiento fiscal, incumplibles en un entorno recesivo, tampoco favorecedoras de la reducción de las tensiones en los mercados de deuda soberana. Los todavía insoportables tipos de interés a que se sigue financiado el Tesoro español, la elevada participación de ese concepto en el gasto público total, constituyen la principal denuncia al respecto.

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