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Embajadas SA

España impulsa una estrategia para dotar a todas sus legaciones de más contenido económico

Miguel Ángel García Vega
Presencia de multinacionales españolas en São Paulo (Brasil)
Presencia de multinacionales españolas en São Paulo (Brasil)EFE

Ahora, convertido el sector exportador, junto con la arena de la playa, en el gran motor económico de España, y convencidos de que o se crece fuera o no se crece, nuestro país quiere formar parte del selecto club diplomático que integran países como Japón, Reino Unido, EE UU, Alemania y Francia. Así que la corneta del Ministerio de Exteriores ha tocado a rebato, y todas nuestras representaciones ahí fuera tienen dos prioridades: ocuparse del bienestar de los ciudadanos españoles y generar negocio las empresas nacionales.

A ello se aplican con intensidad este año 971 diplomáticos (550 trabajan en el exterior), 118 embajadas, 10 representaciones permanentes y 88 consulados generales. Este es nuestro particular ejército para conseguir que España, a través de sus empresas, pero también a partir de la imagen de sus deportistas, artistas o cocineros, haga caja. Y el primer paso, tal y como anda el mundo, es dar a los embajadores y cónsules una inmersión en las finanzas. “En junio de este año, y como gran novedad, hemos impartido, por primera vez, un curso para que ambos cuerpos conozcan los cada vez más complicados instrumentos financieros que se usan en la actividad económica y exportadora”, dice Alberto Antón, experto de la Oficina de Información Diplomática (OID). El propósito es que puedan atender las necesidades económicas de las empresas allí donde España no tenga oficina comercial directa.

Porque los recortes llegan también a la diplomacia. “Crear ese tipo de oficinas, sobre todo en época de restricciones, es costoso y exige tiempo. Pero si podemos apoyar a los cónsules y los embajadores para que ayuden en esta labor comercial —con este fin les damos esa formación más financiera—, entonces sería una manera de aumentar nuestra red de influencia sin incurrir en gastos”, señala Fernando Lanzas, director general de cooperación institucional del Icex. De hecho, Exteriores ya ha anunciado que cerrará las embajadas de Yemen y Zimbabue por razones presupuestarias.

Objetivo Indonesia

A 12.202 kilómetros de España reside la mayor economía del sureste asiático. Indonesia se ha convertido en objeto de deseo para las grandes multinacionales del mundo. Un mercado de 240 millones de personas y una tasa de crecimiento económico superior al 6% son razones de peso. La canciller alemana, Angela Merkel, lo entendió así cuando el pasado mes de julio acudió, respalda por 250 empresas de su país, a Yakarta en busca de negocio.

En este ambiente de enorme competitividad es donde España está obligada a desarrollar su recién remodelada diplomacia económica y demostrar que puede competir con las grandes potencias del mundo por captar riqueza para el país. Aunque no sea un mercado —como advierten desde la propia embajada española en Indonesia— “ni fácil ni automático”. Hace falta “conocerlo bien y tener suficiente capacidad de aguante para afrontar el periodo de instalación y arranque”. Aun así, “este mercado es un reto y una oportunidad”, sostienen en la legación. Sectores como infraestructuras, transporte, energía o incluso bienes de consumo, por ejemplo, los productos de lujo —gracias a la emergencia de una clase media de creciente poder adquisitivo—, ofrecen excelentes posibilidades. En busca de ellas han llegado Indra, Acerinox y Repsol.

El futuro llega preñado de trabas y toda ayuda será bienvenida. “Nos movemos hacia un mundo que verá con más frecuencia conflictos geopolíticos y económicos. Hay más países compitiendo por menos recursos, y hará falta una mayor diplomacia económica”, según Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano.

En realidad, lo que vemos es la escenificación de un cambio profundo; la eclosión de un “mercado global, en el que el comercio, los negocios, las relaciones internacionales ya no se crean entre naciones, sino entre empresas”, analiza Aurelio García de Sola, presidente de la firma de promoción empresarial Madrid Network.

España tiene que moverse deprisa. Debemos enjugar un retraso de décadas a la hora de maridar negocio y diplomacia. Tan solo a partir de los años noventa, como consecuencia del incremento de la actividad exportadora y, sobre todo, de la llegada de las grandes multinacionales españolas a América Latina, es cuando nos dimos cuenta de que las embajadas no solo eran un recurso político, sino económico, que aún, critican los expertos, no sabemos explotar totalmente.

Tanto es así que juristas reputados, como Antonio Garrigues Walker, hablan de la necesidad de reformular el oficio diplomático de “una manera seria y profunda”. Puesto que en muchos aspectos vamos por detrás, y nos falta cintura. “Conozco algunas embajadas que se pueden alquilar para que las empresas de sus países organicen eventos”, apunta Garrigues Walker. Es un ejemplo. Pero también una constatación de nuestros lastres: “El estamento que más daño está haciendo al desarrollo económico es el político”, añade.

Tampoco ha ayudado mucho ese, a veces, transitar por caminos enfrentados entre técnicos comerciales y diplomáticos. O ciertos fallos estructurales, como que “estén en edificios separados la legación, en el sentido estricto, y la oficina económica y comercial. Algo que no ocurre en países punteros como Francia, Reino Unido o Estados Unidos”, apunta Steinberg. Y luego hay un déficit de dimensión. “El servicio exterior español es muy pequeño; por ejemplo, Holanda nos supera en tamaño”, apostilla este experto. Aunque también hay responsabilidades más globales.

“Los más críticos afirman, con razón, que los defectos de diseño de la Unión Europea fueron evidentes desde el principio, y muchos de los problemas actuales podrían haberse evitado con una mejor planificación”, reflexiona Stephanie Hare, experta de la consultora Oxford Analytica. “Así que históricamente ha habido muchos fallos que han evitado sacarle todo el partido a la diplomacia económica”.

Pero no hay tiempo para lamerse las heridas, la competencia es tremenda y tiene todo el sentido del mundo “usar la totalidad de los recursos del Estado en el exterior”, precisa Antonio Fernández-Martos Montero, director general de Comercio e Inversiones. De ahí los cursos de formación para que embajadores y cónsules mejoren sus conocimientos económicos, ya que “el apoyo en el exterior a las empresas es una materia cada vez más técnica y compleja”, avanza Fernández-Martos.

Fijado el propósito, ahora hay que localizar en el mapamundi estos nuevos objetivos. Alberto Antón, de la Oficina de Información Diplomática, identifica algunos: EE UU, India, Indonesia, Brasil, Australia, China, Japón, Nigeria, Angola, Sudáfrica, Argelia, Marruecos. Hablamos de naciones que ayuden a contrarrestar la excesiva dependencia europea.

Porque “en esta difícil coyuntura, la prosperidad de España y el crecimiento económico sostenido al que debemos aspirar dependen de manera muy relevante de nuestra proyección en el exterior”, incide Juan-Miguel Villar Mir, presidente de OHL, quizá uno de los grupos empresariales más internacionalizados de España.

Aunque tal vez lo más trascendente de este viaje es que desborda los límites de lo económico y nos enfrenta a preguntas que atañen a nuestra identidad como país. Porque todo este replanteamiento del servicio exterior que hemos visto es, en verdad, una interrogación sobre nuestro futuro. “¿Qué pretende ser España? ¿Aspiramos a convertirnos en un poder blando, como Suecia, o queremos que la parte militar tenga más peso?”, se interroga Federico Steinberg. Se admiten respuestas.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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