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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fatiga de austeridad y quebrantos políticos

Si una parte de la sociedad ve que la austeridad provoca desigualdades, se sentirá inclinada a buscar salidas propias de la crisis

Antón Costas

Este curso puede traer un giro en la estrategia de política económica que ha predominado en la Unión Europea desde hace dos años y medio y que tan malos resultados está teniendo. Dos hechos recientes parecen sugerirlo. Por un lado, el cambio de actitud de Mario Draghi y el nuevo activismo del Banco Central Europeo. Por otro, el giro sutil, pero, en mi opinión, significativo, que ha iniciado el responsable de las finanzas del Gobierno británico, David Osborne, que ha anunciado un programa de inversiones públicas y la creación de un banco público para pequeñas y medianas empresas con la intención de ayudar a la economía a salir de una recesión que dura ya tres trimestres.

¿A qué responde este giro? Probablemente, a que las autoridades monetarias y políticas comienzan a verle las orejas al lobo. Es decir, comienzan a percibir las consecuencias de la inhibición del BCE y de una política de austeridad que hace descansar el peso del ajuste sobre los segmentos más débiles de la sociedad.

La austeridad para pobres no solo es ineficaz para reducir el déficit y salir de la recesión, sino que obliga a pedir rescates

La austeridad para pobres no solo es ineficaz para reducir el déficit y salir de la recesión, sino que obliga a pedir rescates. Y austeridad y rescates están causando una fatiga social que actúa como una termita, mina la cohesión y produce quebrantos políticos. Pero antes de ver las consecuencias de esta fatiga, permítanme volver a esas dos señales de cambio.

Como es conocido, Mario Draghi cambió de actitud a finales de julio pasado cuando en una conferencia con inversores en Londres soltó la frase: “El BCE hará todo lo necesario para salvar al euro, y, créanme, funcionará”. Se refería a que el BCE no iba a seguir impasible ante el elevado coste diferencial que están pagando algunos países para poder financiarse. Ese cambio fue significativo si tenemos en cuenta que él mismo había sostenido que ese era problema nacional y que el BCE no estaba para financiar a países.

¿Qué ha llevado Draghi a cambiar de actitud? El tomar conciencia de la creciente fragmentación de la zona euro, algo que cuestiona el papel del BCE. Primero, cada vez son más las autoridades nacionales que prohíben a sus bancos prestar a otros países del euro. Segundo, la política monetaria del BCE ha perdido eficacia en su objetivo de convergencia de los tipos de interés del crédito al sector privado, dado que el coste de un crédito para una empresa española es el doble que para una alemana, siendo el coste de los bancos para financiarse en el BCE el mismo para todos. Y, tercero, el mayor coste de financiación que están pagando algunos países para financiarse no es debido solo a su mala salud económica, sino a que los inversores han comenzado a descontar una quiebra del euro.

Salvar al soldado euro exige cortar la especulación contra la deuda, porque, en realidad, esa especulación está expresando un riesgo de tipo de cambio del euro

En esta situación, salvar al soldado euro exige cortar la especulación contra la deuda, porque, en realidad, esa especulación está expresando un riesgo de tipo de cambio del euro. Y evitar ese riesgo es responsabilidad del BCE.

Pero salvar al euro no es tarea solo del BCE, sino también de los Gobiernos y de su política fiscal. De aquí el significado que, en mi opinión, tiene el giro del Gobierno británico de David Cameron mencionado más arriba, que implícitamente cuestiona su política de austeridad.

La urgencia en cambiar la política de austeridad, sin embargo, no viene solo de su falta de eficacia y del hecho que fuerza a pedir rescates. La razón principal es que la austeridad está provocando una fatiga social de consecuencias políticas preocupantes.

La fatiga social se acentúa por el hecho de que, en su fórmula actual, la austeridad es equivalente a un impuesto oculto, que los Gobiernos recaudan sobre los ciudadanos de bajos y medianos ingresos para pagar el sobrecoste de la financiación a los prestamistas. De hecho, la cuantía de los recortes es de magnitud equivalente al aumento de los intereses que se pagan a los prestamistas. Este tipo de impuestos ocultos carecen de legitimidad moral y son muy cuestionados.

El aumento del sentimiento independentista en Cataluña entre los grupos de medianos y bajos ingresos, en particular los jóvenes, no es ajeno a la fatiga de austeridad

Esta fatiga de austeridad es, además, caldo de cultivo para la quiebra de la cohesión social y política. Si una parte de la sociedad ve que la austeridad provoca desigualdades se sentirá inclinada a buscar salidas propias a la crisis. El aumento del sentimiento independentista en Cataluña entre los grupos de medianos y bajos ingresos, en particular los jóvenes, no es ajeno a esa fatiga de austeridad. Y este es solo un ejemplo entre otros muchos quebrantos políticos.

No estoy cuestionando la necesidad de lograr el equilibrio de las cuentas públicas, sino la forma en cómo se ha pretendido lograr. La fórmula de recortes de gastos sociales + reducciones salariales + reformas sociales es económicamente ineficaz, socialmente desigualitaria y políticamente perturbadora.

Ahora que el BCE ha comenzado a comprender cuál es su papel en esta gran crisis, los Gobiernos tienen que hacer lo mismo con su política fiscal y de reformas. Al menos tres cambios parecen necesarios. Primero, el objetivo de reducción del déficit ha de apoyarse también en la austeridad para ricos, algo que hasta ahora no se ha tenido en cuenta. Segundo, las políticas de reforma del Estado de bienestar han de buscar un mejor reparto de responsabilidades entre sector público, beneficiaros y sociedad, pero esto es algo que no se logra con los recortes. Y tercero, las reformas económicas han de buscar la competitividad no solo en la moderación salarial, sino con una reforma empresarial que fomente la productividad y una liberalización de los mercados de bienes y servicios que elimine los obstáculos a la competencia que hacen que los excedentes y los precios españoles sean mucho más elevados que los europeos.

En definitiva, tenemos que lograr el ajuste de nuestra economía, pero sin provocar desigualdades ni quebrantos políticos.

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