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Columna
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Responsabilidades

Joaquín Estefanía

Hay una generalización malsana sobre el papel que durante mucho tiempo jugaron las cajas de ahorros en España. Hay algunas que han funcionado bien hasta ahora, cajas que siguen teniendo políticos y sindicalistas en sus consejos sin que hayan hecho un uso espurio de su poder, y que, además, eligieron bien a los gestores que debían regirlas. El abuso en la negatividad de las cajas contribuye a ayudar a quienes han querido apoderarse de ellas, o desviar la atención de sus propios problemas.

En las cajas de ahorros que han salido rana existe un conjunto de irresponsabilidades en cascada, de distinta naturaleza. Por ejemplo, en el deterioro de sus activos inmobiliarios —y empresariales— tiene mucho que ver la duración y la profundidad de la crisis económica, que han hecho que haya disminuido su valor.

Hay un segundo tipo de responsabilidad que tiene que ver con la mala gestión en general. Seguramente a esto es a lo que se refería el presidente del Banco Central Europeo. Mario Draghi, cuando —mencionando explícitamente a Bankia— declaraba que a veces la principal reacción de los administradores, Gobiernos o los supervisores nacionales es subestimar la importancia de los problemas.

En las cajas de ahorros que han funcionado mal (que no son todas) hay responsabilidades de distinta graduación

Hay otro tipo de responsabilidad más nociva: cuando se utiliza la institución como un cortijo y se la exprime. Entre los aspectos que faltan por detallarse del caso de Bankia está el momento en que algunos de sus directivos multiplicaron sus sueldos o sus pensiones por 10, por ejemplo, respecto a los de sus antecesores. O cómo se convenció a la gente para que adquiriesen las participaciones preferentes que han constituido una trampa para tantos; o si en alguna de las siete cajas que conformaron la cuarta entidad financiera del país se destinó dinero a la financiación directa de los partidos o indirecta a través de las fundaciones.

O desde cuándo su situación económica era comprometida. El antepenúltimo presidente de Caja Madrid, Jaime Terceiro (años 1988-1996) hizo una intervención en la Academia de Ciencias Morales y Políticas hace un año  en la que afirmó que en el ejercicio 2010 de Caja Madrid “se observa una variación negativa en los fondos propios [pérdidas] de 4.010 millones de euros, pese a que el Banco de España autorizó registrar unos beneficios aparentes de 180 millones de euros, probablemente para poder pagar los intereses de las participaciones preferentes”.

Terceiro, sustituido por un Miguel Blesa cuyo principal activo era ser amigo de Aznar (no tenía precedentes financieros profesionales), entiende la percepción de los ciudadanos de que las ingentes ayudas recibidas por algunas cajas no son exclusivamente un apoyo a la estabilidad del sistema financiero, sino que también son un apoyo a la continuidad de directivos y miembros de los órganos de gobiernos que “fueron los responsables no solo de una pésima gestión sino también (...) de comportamientos fraudulentos”.

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