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Europa programa su resurrección

Bruselas presentará a los socios en la próxima cumbre una propuesta para inyectar 200.000 millones en infraestructuras, energía y tecnología

Angela Merkel espera la llegada del Gran Duque Enrique de Luxemburgo en la Cancillería de Berlín el pasado 24 de abril.
Angela Merkel espera la llegada del Gran Duque Enrique de Luxemburgo en la Cancillería de Berlín el pasado 24 de abril.THOMAS PETER (REUTERS)

Bruselas prepara una suerte de Plan Marshall, una inquietante referencia histórica que en los últimos meses aparece incluso en documentos oficiales de la Unión, y que da idea del estado de salud de la economía del continente. La UE ultima un proyecto destinado a estimular el crecimiento en los países más castigados. Pero con una condición muy propia de los tiempos que corren: sin que eso cueste dinero, o al menos no demasiado dinero. Bruselas ha diseñado un gran plan de inversión en infraestructuras, energía verde y tecnologías avanzadas, con participación del sector privado, según explican fuentes europeas a EL PAÍS, para conseguir algo parecido a esa cuadratura del círculo que son las políticas de crecimiento sin aumentar la deuda de los socios del euro.

La rebelión contra la austeridad alemana ya tiene nombre, Pacto por el Crecimiento, o incluso Agenda por el Crecimiento, como la llamó ayer la canciller Angela Merkel, que abraza ahora una de las ideas del candidato socialista a las presidenciales francesas, François Hollande: usar el Banco Europeo de Inversiones (BEI) como palanca para acometer inversiones, crear empleo, crecer. En la próxima cumbre, tras las elecciones francesas, la Comisión presentará un menú de opciones que pasa por capitalizar el BEI o recurrir a la ingeniería financiera para acometer proyectos por importe de unos 200.000 millones a través de avales, eurobonos para financiar inversiones o todo tipo de vehículos financieros sofisticados, o incluso con la creación de una agencia europea de infraestructuras.

La Unión baraja dos opciones. La más inmediata es pedir dinero a los países para inyectar 10.000 millones en el BEI. Esa institución, creada hace más de medio siglo para financiar proyectos europeos, corre el peligro de perder la máxima nota de las agencias de calificación y está plegando velas a pesar de la preocupante recaída en la recesión: reduce sus préstamos y los otorga en duras condiciones para no perder la Triple A. En otras palabras, no ayuda cuando más se le necesita. Esa inyección de capital volvería a darle el colchón necesario, el aire suficiente para elevar su capacidad de préstamo hasta 60.000 millones este año (sin ese dinero fresco, tenía previsto una rebaja drástica de los préstamos que concede). Eso permitiría poner en marcha inversiones europeas por importe de 180.000 millones.

Esa no es la opción más factible por la actual asfixia presupuestaria. Hay que buscar alternativas: la Comisión ultima una jugada que debe estar lista para la cumbre informal convocada para después de las elecciones francesas, y para darle toda la fanfarria que exigen estas cosas a la próxima reunión oficial de jefes de Estado y de Gobierno, a finales de junio, en la que ya se conoce en los pasillos de Bruselas como la Cumbre del Crecimiento, con todas las mayúsculas y todo el lenguaje tremendo-colorista de las citas que quieren ser decisivas. “Si los mercados no dan margen, hay que recurrir a la imaginación para volver a las políticas de crecimiento. Los inversores institucionales están deseando que se les presenten opciones atractivas, y con el sello de la Unión todo ese dinero se canalizaría hacia proyectos europeos”, describe una fuente comunitaria. Bruselas persigue utilizar los casi 12.000 millones de euros de la parte no usada del fondo de rescate financiado con el Presupuesto comunitario (los 60.000 millones del llamado EFSM: el resto está ya comprometido en las ayudas a Grecia, Irlanda y Portugal). Utilizar ese dinero como palanca para atraer unos 200.000 millones en inversiones con el sector privado.

Hay varias opciones sobre la mesa para usar esos casi 12.000 millones, más o menos ambiciosas en función de las elecciones francesas. Y dependiendo de que se confirme —o no— la conversión de Merkel a los nuevos aires de la política europea. En resumen, se trata de hacer ingeniería financiera: usar ese dinero como capital híbrido del BEI, como garantía para activar proyectos de infraestructuras público-privados, a través de instrumentos financieros sofisticados y con project bonds (obligaciones de proyecto avaladas por la UE para que las compren los fondos de pensiones y otros inversores, que se están cocinando desde el pasado otoño).

Bruselas ya ha hecho circular esas opciones, incluso se las ha hecho llegar al equipo de Hollande, que en campaña ha hablado abiertamente de utilizar el BEI en su estrategia de crecimiento. Merkel se sumó ayer a esa idea: ahora ella misma habla un idioma parecido al de Hollande con respecto al BEI e incluso al uso más intensivo y ágil de los fondos europeos, una bolsa de más de 30.000 millones. Con los apoyos —verbales— en el bolsillo, la Unión espera, en una calma tensa, al mayo francés. Y se guarda incluso una carta por si gana Hollande y Francia quiere un golpe de efecto: trocear la cartera de créditos del BEI, titulizar los préstamos ya concedidos y con eso, más el aval de los Presupuestos europeos, liberar capital para volver a prestar: una ambiciosa argucia financiera a la manera de las subprime, siempre que Alemania apoye esa vía.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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