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Columna
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Nuevos acentos

Algunos políticos europeos empiezan a admitir por fin que el ajuste presupuestario no puede ser la única respuesta a la crisis

Emilio Ontiveros

Es difícil pasar por alto las declaraciones que el presidente del Banco Central Europeo (BCE) acaba de hacer ante el Parlamento Europeo, admitiendo que la eurozona “probablemente se encuentra en una de las fases más difíciles”. La concentración en poco tiempo de políticas fiscales restrictivas “está empezando a manifestar efectos contractivos”. Draghi también admitió que, a pesar de las inyecciones excepcionales de liquidez a los bancos, el crédito al sector privado no crece y, en consecuencia, tampoco lo hace la inversión empresarial. No solo el crecimiento económico actual está deprimido: se están minando también los fundamentos del crecimiento potencial. La desaparición de empresas, la dificultad para que nazcan, la reducción de las inversiones en capital tecnológico, el deterioro del capital humano asociado al aumento del desempleo, en especial de su componente estructural así como el juvenil, determinan un cuadro cada día más difícil de revertir.

Tardío reconocimiento, pero susceptible de contribuir al necesario cambio de las políticas macroeconómicas. Hace tiempo que dentro y fuera de Europa se cuestionó la orientación contractiva de las políticas presupuestarias de todas las economías que conforman la eurozona, con bastante independencia del origen de sus problemas y de la severidad del escrutinio que sobre ellas ejercen los mercados de deuda pública. La necesidad de distribuir en el tiempo el saneamiento público y adoptar en el corto plazo estímulos al crecimiento la sugirió el Fondo Monetario Internacional antes de que su nueva directora gerente, exministra del actual presidente francés, hiciera suya esa propuesta. Ahora la casi totalidad de la oposición francesa reclama una más viable dosificación del saneamiento fiscal en la eurozona. Incluso Sarkozy demanda del BCE mayor contribución al crecimiento de Europa. También las tensiones en el Gobierno holandés dejan constancia de la frustración derivada de responder a las amenazas recesivas con más ajustes presupuestarios.

No menos significativas son las declaraciones, también esta misma semana, de la canciller Merkel respaldando esos comentarios de Draghi. Es verdad que de forma preeminente a través de reformas estructurales, pero admitiendo por fin que el ajuste presupuestario no puede ser la única respuesta a la crisis. Un acento apenas, pero tanto más significativo cuanto más explícita ha sido hasta ahora la obsesión por conceder a la austeridad el papel de alimentador de un círculo virtuoso que la realidad desautorizó.

Algunos lectores mostrarán su escepticismo por este empeño en advertir entonaciones nuevas en la definición de las políticas europeas. Quizá no falten razones para juzgarlo precipitado, ingenuo. Pero parto de la base de que los resultados de las decisiones adoptadas, también por los políticos, acaban siendo más influyentes que los prejuicios. Y esta crisis lleva años enmendando la plana a los obcecados.

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