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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los años bárbaros

Joaquín Estefanía

Hay que alejarse de la coyuntura más inmediata para analizar la política de recortes en el gasto público y de reducción de los derechos laborales que, con distinto grado de intensidad, se está perpetrando en la mayor parte de los países europeos. Ella pone en cuestión una de las señas de identidad centrales de la construcción europea: la prosperidad económica y el modelo social, la mejor utopía factible de la humanidad. No es de extrañar que ante ello la comisaria Vivianne Reding, perteneciente a una de las familias que determinaron el pacto social europeo tras la Segunda Guerra Mundial (la democristiana), declare: “Europa vive el peligro de un retroceso democrático (…) Yo propongo convertir 2013 en el año de los ciudadanos: que digan qué quieren”.

Los recortes hacen peligrar todos y cada uno de los cinco pilares del Estado de Bienestar europeo: educación, sanidad y las pensiones universales y públicas, la dependencia y, no hay que olvidarlo —aunque con demasiada frecuencia se hace— el derecho laboral, la negociación colectiva, y la socialización de los salarios. No hay más que caminar por el centro de muchas ciudades europeas sin los ojos cerrados para observar los estragos de los recortes en términos de marginación: el aumento de los desafiliados al sistema y de los excluidos. Es lo que el analista americano Michael Lewis —que se hizo famoso con su libro El póquer del mentiroso, sobre el escándalo del banco de inversión Salomon Brothers, precedente de los abusos de Wall Street a partir del año 2007—, ha denominado El nuevo Tercer Mundo europeo (Boomerang, ediciones Deusto).

Los recortes y la merma de derechos laborales deshacen el contrato social

En una buena parte de Europa, al contrario que en las últimas décadas, se está dando una proletarización de las clases medias en vez del aburguesamiento de las clases bajas de antaño. El informe de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), titulado Estamos divididos. Por qué la desigualdad sigue creciendo, lo manifiesta (aunque su análisis desborda el glacis europeo): el incremento de la desigualdad al nivel más alto de los últimos treinta años —la herencia de la revolución conservadora— debido sobre todo a la creciente desigualdad entre los salarios, que suponen el 75% de los ingresos de los hogares. Cuando presenta ese informe, en diciembre de 2011, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, declara: “El contrato social se está empezando a deshacer en muchos países. La incertidumbre y los miedos a la exclusión han alcanzado a la clase media en muchas sociedades. La gente siente que está sufriendo una crisis de la que no son responsables (…). Tratar la cuestión de la justicia es una condición sine qua non para el restablecimiento de la confianza”.

Pero el fenómeno va más allá de la crisis del último lustro. Tiene que ver con el sistemático debilitamiento del modelo social europeo. La tendencia a la desigualdad se manifiesta no sólo cuando se estudia la distribución de la renta primaria (las diferencias salariales) sino también cuando se hace con la renta disponible (después de los impuestos y la acción de las transferencias para la protección social). El factor decisivo para explicar la situación de la pobreza, la desigualdad y la exclusión está en el mercado de trabajo. El pasado mes de febrero se dio el mayor número de desempleados de los últimos 15 años en la UE: 24,3 millones de parados. Con dos características principales (que se multiplican en España): el intenso crecimiento del paro entre los sustentadores principales de los hogares, muy superior al de otras épocas, lo que aminora la efectividad de la red de protección social que significa la familia; y el incremento sin precedentes (y aceleradísimo) del número de hogares con todos sus integrantes fuera del mercado laboral, lo que se traduce de modo directo en pérdida de bienestar.

La insuficiencia de las medidas de protección al desempleo y las restricciones financieras de los Estados en el actual contexto de austeridad oficial, de incremento de la pobreza y de la desigualdad, suscitan serios interrogantes sobre el peligro de inestabilidad social. Recordemos a Gil de Biedma (Lágrimas): “He ahora el dolor/ de los otros, de muchos,/ dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres (…)/ dolor de tantos seres injuriados/ rechazados, retrocedidos al último escalón”.

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