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Columna
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El síndrome de la apropiacion

Ignoro si el título de esta columnita figura en la terminología médica, pero casi mejor que no sea así, porque eso me permitiría registrarlo, patentarlo, hacerme con unos euros bien ganados y ampliar mi fondo de armario, que falta le hace. El asunto verdadero es que Francisco Camps (y dale con un tipo tan poco estimulante) hace intentos desesperados por monopolizar nuestra querida bandera, y eso cuando no da en afirmar sin ambages que esta tierra es suya, como si fuera el héroe de una película antigua del cine del oeste americano en la que por lo común siempre es preciso defender el territorio aunque sea a tiros, ya se trate para repeler a los navajos, terminar de una vez con los que medran a costa del oro extraído por los honrados mineros o alejar hacia otras fronteras a los forajidos de oficio. Ignoro si Camps toma ansiolíticos, como se ha sugerido desde estas mismas páginas, pero no me duelen prendas al confesar que yo sí los tomo cada vez que veo a este señor aleteando entre sus labios una lengua que pronto será bífida para balbucear que sigue siendo el rey, que las leyes carecen del rango del voto de los ciudadanos, que la ruina que nos espera como siga mandando viene a ser poca cosa si se compara con lo que les espera a otros, nada menos que la derrota final ante un empuje en todo parecido al del general Custer en la célebre batalla de Big Horn.

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Ignoro también (ya ve el lector que mi ignorancia es casi de wikipedia) de cuántas películas clásicas del oeste americano habrá disfrutado el señor Camps solo o en compañía de otros, aunque estoy casi seguro de que en ninguna de ellas podría haber hecho de James Stewart. Cosa distinta es creerse estar interpretando a Marlon Brando en El Padrino, para lo que le falta, presencia, resolución, valores interpretativos y quién sabe que cosas más. Eso lo da mejor Rafael Blasco, que durante algún tiempo se creyó Gene Hackman. A todos ellos les aconsejaría que dedicaran una reunión a ver Sin Perdón, tomando notas, o, todavía mejor, de Todos los hombres del presidente.

Mientras tanto, no les vendría mal, a la hora del aperitivo, considerar que todos los nacidos en esta comunidad son -somos- valencianos, que ningún gobierno o político de este territorio, ni de ningún otro, a los que pagamos con nuestros impuestos, puede apropiarse de unas señas de identidad que no alimentan el patrimonio de nadie porque a todos pertenecen y porque estimular interesadamente la falacia identificativa (como vino a decir Del Bosque a sus jugadores minutos antes de la final de la Copa Mundial de Fútbol) es un error tardío y peligroso. Tardío, porque el nivel de la deuda del Consell es ajeno a la F1, las alegrías disparatadas de Terra Mítica (y tan mítica) o la edificación ruinosa de palacios de las artes ruidosamente vacíos. Y peligroso, en fin, porque prohija una deuda imposible de enjuagar.

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