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GENIOS E IMPOSTORES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mierda de siempre, pero exquisita

Cuando Capote murió, en 1984, Basquiat era un colgado. Warhol se largó del planeta en 1987. Basquiat esperó unos pocos meses

Manuel Vicent
Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, en septiembre de 1985 en Nueva York.
Andy Warhol y Jean-Michel Basquiat, en septiembre de 1985 en Nueva York. RICHARD DREW (ap)

Hacia el año 1975, en una acera del Greenwich Village de Nueva York, un jovenzuelo se dedicaba a pintar camisetas en público para venderlas a los turistas. Cuando Andy Warhol pasaba por allí, a veces le compraba una por 10 dólares y cambiaba con el chaval algunas palabras. A simple vista era un golfo de la calle, uno de tantos chicos negros desarraigados que vivían en casas abandonadas. Un día, Warhol vio aquella esquina vacía. El tipo se había esfumado. Ahora tocaba el clarinete en algunos pubs con unos amigos.

Años después, un lunes de octubre de 1982, Warhol había quedado con el famoso galerista alemán Bruno Bischofberger, y este acudió a la cita acompañado por aquel chaval de las camisetas pintadas, que respondía con el nombre de Jean-Michel Basquiat. Aunque en la adolescencia había jugado a fugarse de casa, a ejercer de vagabundo y a coquetear con la droga, resulta que era un chico de clase media alta, nacido en Brooklyn, hijo de un haitiano y de una portorriqueña e incluso había ido a la escuela City-As-School para alumnos superdotados. Ahora vivía en un lujoso loft en Christie Street. El marchante alemán lo había descubierto como pintor, lo había rescatado de la calle y comenzaba a ser famoso.

Jean-Michel Basquiat era un chico de clase media, de Brooklyn

Aquel día, Bischofberger, Basquiat y Warhol almorzaron juntos en un restaurante vegetariano del Soho y Andy se enteró de que aquel joven era el que había iniciado con su colega Al Diaz la moda de llenar los vagones del metro y las tapias de los suburbios de Nueva York con graffitis de aerosol. ¿De modo que eras tú —le dijo Warhol— ese ser misterioso que firmaba como SAMO en las paredes? SAMO era un acrónimo formado con las palabras same old shit, que significa “la misma mierda de siempre”. Los pasajeros del metro estaban lejos de imaginar que viajaban rodeados de obras de arte. Esos garabatos esquizofrénicos, protestas airadas contra el consumo, habrían alcanzado precios fabulosos si años después se hubieran vendido en Christie’s, pero a esa hora los vagones habían sido lavados con detergente, el metro transcurría impoluto por orden de la autoridad municipal y Basquiat ya pintaba cuadros al óleo que exponía en las mejores galerías.

Durante aquel almuerzo Basquiat quiso devolverle los 40 dólares que Andy, tiempo atrás, había gastado en sus camisetas. En este primer encuentro, Andy le hizo un retrato con la Polaroid y a cambio Basquiat le regaló un cuadro de los dos, que pintó esa misma tarde en una hora. A partir de ese día, Basquiat entró a formar parte de la tropa enloquecida de La Factoría, pero la aventura común duró muy poco. Basquiat falleció el 12 de agosto de 1988, a los 27 años, por una sobredosis de heroína en su apartamento de la calle Great Jones. En la última subasta por uno de sus cuadros se han pagado más de 50 millones de dólares.

Warhol sintió por él la misma fascinación que por Truman Capote

Andy Warhol sintió por Basquiat la misma fascinación repentina que había experimentado con Truman Capote después de ver su foto en la solapa de su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, en la que parecía un puto angelical. Desde aquel día, Warhol no cesó de acosarle, de escribirle cartas, de esperarle en la puerta de su casa hasta conseguir su propósito. Se hizo su amigo y lo fotografió, lo pintó y lo sacó en portada de Interview, la revista emblema de La Factoría, y desde ese momento ambos se exhibían juntos en los grandes saraos de Nueva York. La primera vez fue en 1966 en la inauguración del espectáculo lanzado por Warhol, su The Exploding Plastic Inevitable, con el grupo Velvet Underground y la cantante Nico interpretando canciones sobre la heroína, los transexuales y el sadomasoquismo, a la que siguió la legendaria fiesta de etiqueta, en blanco y negro, que organizó Capote ese mismo año en el hotel Plaza para celebrar el éxito de A sangre fría, repleta de divos, joyas y estrellas: Sinatra, Mia Farrow, Sammy Davis Jr., Norman Mailer, Harper Lee, Katherine Graham, entre otras celebridades fastuosas. Fue aquí, en el Plaza, donde una admiradora se acercó a Warhol, le arrebató el peluquín y salió corriendo. Al parecer este peluquín plateado se subastó en Sotheby’s y un coleccionista pagó 10.000 dólares.

Tanto aquel chaval de las camisetas pintadas como este puto angelical de la solapa se fueron degradando junto a Warhol como si se tratara de un elemento corrosivo. En su retrato de 1979, Capote empezaba a reflejar los efectos del alcohol y las drogas a las que permanecería enganchado. Atrás quedaban los años de fama y sus grandes éxitos, las noches de borrachera en la legendaria discoteca Studio 54, rodeado por sus amigos Warhol, Bianca Jagger, Elizabeth Taylor y otros canes dorados con collar de diamantes de Tiffany’s.

Aquel puto angelical acabó pareciéndose a un bulldog. Así lo describía Warhol: “Truman se sienta ahí y se frota los ojos como si estuviera amasando algo, luego aparta las manos y los tiene totalmente rojos, el blanco está rojo, los párpados también, y se parece realmente a su perro con las orejas bajas”. Capote zascandileaba todos los días por La Factoría tratando de escandalizar a aquella tropa de colgados con sus hazañas de sexo. Presumía, según Warhol, de habérsela chupado a John Huston más de cuatro veces. Truman hablaba también de Humphrey Bogart. Decía que una noche se lo había llevado a la cama y le había arropado. “Tendrías que dejarte que te lo hiciera”, le dijo Truman, y Bogart, muy nervioso, le contestó: “Bueno, pero no te la metas en la boca”. Cuando Capote murió, en 1984, Basquiat ya era un colgado. Warhol se largó de este planeta en 1987. Basquiat solo esperó unos pocos meses para unirse a ellos en el cosmos.

Según su secretaria, Pat Hackett, “a Andy Warhol le impresionaba la fama, vieja, nueva o decrépita. La belleza. El talento innovador. Cualquiera que fuera el primero en hacer algo. El descaro extravagante. El dinero, sobre todo las grandes, antiguas y sólidas fortunas”. O sea, la misma mierda de siempre, pero exquisita.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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