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‘IN MEMORIAM’

José Luis Pérez Regueira, un americanista brillante

Miembro de la plantilla fundacional de EL PAÍS, en su última etapa se consagró a la literatura

Juan Jesús Aznárez
José Luis Pérez Regueira, en la redacción de EL PAÍS en 1985.
José Luis Pérez Regueira, en la redacción de EL PAÍS en 1985.MANUEL ESCALERA

José Luis Pérez Regueira falleció ayer en Madrid después de una vida consagrada a sus tres pasiones: su familia, su esposa, Pilar, y sus hijos, David y Alejandro, el periodismo y la literatura, en la que se había sumergido desde hacía cuatro años con rigor y talento. Nacido en Plasencia el 23 de febrero de 1953, integró la plantilla fundacional de EL PAÍS, trabajó en la corresponsalía de París, fue enviado especial y desarrolló buena parte de su carrera profesional en las secciones Internacional y América.

Una enfermedad pulmonar de rápido desenlace se llevó a un hombre que disfrutaba con los amigos, las tertulias y el debate político, y fue vehemente en la defensa de lealtades y convicciones. Era una delicia escuchar las evocaciones de joven reportero en la capital francesa, la convivencia con otro histórico de este diario, Feliciano Fidalgo, su encuentro andino con el periodista Rafael Latorre, o el detalle de sus policiacas peripecias en la Rumania de Ceausescu.

Siempre optimista, lleno de vida hasta que la perdió de madrugada, 15 días antes de su fallecimiento ayer, en la Fundación Jiménez Díaz, anticipaba el programa de comidas y chapuzones veraniegos en su finca toledana de Méntrida, que los amigos rebautizamos con el nombre de Méntrida Sur Mer. “Creo que esta vez te voy a tener que regalar el tequila reposado que me van a traer unos amigos de México”.

México y América Latina. Se había leído todos los libros sobre el Siglo de Oro español y conocía de punta a cabo la historia y evolución de un subcontinente que le fascinó desde sus primeros viajes a México y Perú acompañando a la Ruta Quetzal de Miguel de la Quadra-Salcedo. Pocos meses atrás, su gran amigo Miguel presentó su segundo libro: Una cruz de jade para Cortés. Saliendo al paso de la historiografía de obediencia política escribió, acertando, que Hernán Cortés no hubiera podido apoderarse de México sin la ayuda de los pueblos precolombinos tiranizados por el imperio azteca.

Comprobé su genio literario leyendo su primera novela, Las huellas del conquistador, que aborda el perfil de Hernando de Soto. “Gracias a esta novela, he podido descubrir a un hombre verdaderamente fascinante, como casi todos sobre los que leo de esta época con una vida cargada de aventuras y momentos para la épica”. Gracias a su primera obra, yo descubrí a un americanista brillante, insospechado, de pluma formidable, pero apenas descubierto por unos ojeadores literarios adscritos a la endogamia o al ignorante menosprecio.

Sin saber que se moría, José Luis preparaba su regreso a la temporada veraniega de Méntrida Sur Mer. Ajenos también al desenlace, Rafael Latorre y yo habíamos previsto reanudar las chinadas, los almuerzos con José Luis en un restaurante chino, las sobremesas donde nos apabullaba y nos alegraba con su indesmayable ánimo, el entusiasmo emprendedor y la provocación de sus agitadoras tesis políticas. No podrá ser. Se nos fue, casi sin avisar, cuando más quería vivir y cuando más queríamos que viviese.

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