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ROCK Danny & The Champions of the World

Fiesta eufórica

La banda londinense de ‘americana’ bascula entre Springsteen, Petty y Dylan durante una excelente comparecencia en El Sol

Lo de Campeones del Mundo tal vez suene un poco enfático, y hasta puede que en este momento histórico induzca a la nostalgia entre los futboleros, pero conviene dejar las cosas en su sitio: tanto el pelirrojo Danny Wilson como su repóquer de secuaces son músicos endemoniadamente buenos. Se conformó El Sol este martes con dos tercios de entrada para recibir a Danny & The Champions of the World, pero esa parroquia pertinaz obtuvo el premio de una banda ardorosa, sustancial, engrasadísima. Seis músicos que en algunos casos lidian con canas y arrugas sin que ello mengüe el entusiasmo: no se pueden sostener esos desarrollos extensos y enfáticos sin que hierva la sangre por todo el aparato circulatorio.

Danny está afincado en Londres, no le importaría acreditar raigambre en Nueva Jersey y, en realidad, aúna lo mejor de las dos tradiciones. Dispone en el escenario una steel guitar, un órgano Korg, camisas estampadas y el sombrero vaquero del espléndido guitarrista Paul Lush, como buen adalid del género americana. Sin embargo, también sabe recurrir a la inmediatez o impregnarse de soul blanco para Just be yourself, cuando las luces se tornan azuladas y hasta el recuerdo de Janis impregna el ambiente. No será el único momento negroide durante la velada: Clear water, casi en la despedida, es tan irresistible como si su firmante se llamara Smokey Robinson.

Los Champions fueron generosos y abrasivos a lo largo de la sesión, unos modélicos yanquis británicos que siempre parecen deshojar la margarita entre Springsteen (Henry the van) y Tom Petty. La extraordinaria This is not a love song se decanta por inflexiones consagradas en el altar dylanita, igual que Never stop building that old space rocket. Y Every beat of my heart constituye la sorprendente intersección rockera entre John Mellencamp y Mary Chapin Carpenter (¡ese motivo de la guitarra eléctrica!). La noche fue tan pletórica que apenas se contabilizaron charlatanes entre los espectadores. Bien merece la pena el silencio si la recompensa incluye títulos como Words on the wind, estupendo ejemplo para esta fiesta eufórica, un acelerón postrero con paradiña en el segmento central.

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