_
_
_
_
_

Yevtuschenko, poesía en libertad (más o menos)

El icónico bardo ruso hace gala, junto a su ‘homónimo’ Joan Margarit, de su poder como rapsoda en Barcelona

Carles Geli
Yevgueni Yevtushenko, ayer durante su recital en La Pedrera de Barcelona.
Yevgueni Yevtushenko, ayer durante su recital en La Pedrera de Barcelona. JOAN SÁNCHEZ

“Cuando me preguntan si Rusia está viva les digo que, hace muy poco, unas siete mil personas escucharon poesía durante seis horas con solo veinte minutos de descanso”, constataba ayer noche Yevgueni Yevtushenko en Barcelona. La capital catalana, bajo esa rimada regla de tres, no debe de estar del todo moribunda porque la cola de La Pedrera daba pistas de que esta vez no eran turistas ante la perla gaudiniana: mientras esperaban, portaban libros, de Pío Baroja a Almudena Grandes; y hasta había quien se preparaba libreta y bolígrafo, sabedores de que hay versos que, cuando se conocen, no deben abandonar ya una vida.

También es cierto que los que esperaban para entrar en el auditorio de La Pedrera, casi 300 personas, sabían que no iban a ser seis horas sino una de recital la que daría el bardo siberiano, el poeta de los estadios que llenaba a rebosar los años 60 y 70 del nunca claro deshielo en su país.

Subió al escenario (renqueante, con bastón, zurrón cruzado en bandolera a sus 83 años) con su homónimo local, Joan Margarit, amigo ya más que colega. “Recitamos juntos por vez primera en 1967, en un acto convocado de voz a voz, sin petición gubernativa, en una oscuridad literal total; recuerdo las sombras que iban llegando una a una a la iglesia de los Capuchinos, en un Sarrià menos edificado que el de hoy”, evocó melódicamente, como para poner ya en situación, Margarit.

Hubo una segunda ocasión, a los 25 años exactos, en el Institut del Teatre, en la olímpica Barcelona, donde Yevsutshenko ya no debió pedir al ministro Manuel Fraga que le cambiara a los dos espías asignados por unos profesionales que no tuvieran ínfulas de poeta, veleidades que se empeñaban en contrastar con el ruso. O sea, que el tercer encuentro de ayer, en el marco del Barcelona Poesía, era celebración doble.

 Arrancó Margarit y con versos que, a pesar de su voz estentórea, debieron de regalar los oídos del invitado siberiano porque la selección tuvo carácter combativo. “L’opulencia planteja sempre un crim”, recitaba desde la penumbra de la sala. “La llibertat és la raó de viure (...) / La llibertat és una llibreria. Anar indocumentat (...) Una forma d’amor, la llibertat”. Y como, según otro de sus versos, “Un bon poema ha de ser cruel”, acabó saeteando a Barcelona, turísticamente agresiva (“...i ara m’ofèn una gentada estranya, / que s’encega en la festa innecessària / d'hotels gelats i aparadors superflus (...) / desolada ciutat que fas de puta”.

Aplaudía Yevtushenko con sus huesudas manos, de largo dedo pulgar y extensas falanges, que aletearon cuando le tocó recitar con “un castellano siberiano”, como lo autodefinió. La voz no parecía salir del enjuto hombre sentado en el sofá; debían aflorar innatos, pues, los recursos heredados de esa madre actriz que cantaba en las trincheras de los soldados rusos cuando la Segunda Guerra Mundial, aquellos de su pueblo de infancia, por ejemplo, del que “salieron 5.000 y solo volvieron cinco”, explicó con el hilo de voz del seguro bondadoso maestro de escuela que fue.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Bajo la didáctica salieron versos que hablaban de amantes siberianos; de esa primera mujer que le poseyó con él apenas 16 años “y que yo amaría ya en todas las mujeres”; de su labor de cicerone con García Márquez en la tumba de Pasternak... “No se le entiende muy bien...”, bisbiseaba una mujer entre el público, pero el silencio era sepulcral porque esa voz era capaz de mil registros, irónica o sensual, subiendo decibelios o bajando hasta el susurro, justificando así la indumentaria de una americana de colores imposibles y una camisa blanca, de puños y cuello púrpura (“a los siberianos nos robaron los colores muchos años”).

No quiso terminar sin recitar En el país llamado Más o Menos, “que escribí pensando en la URSS y que resulta que, allá donde voy, dicen que refleja su país”, quizá porque “En nuestras cortes de justicia tenemos/ más o menos incorruptibles jueces, /en nuestros centros de investigación/ hay pensadores, más o menos insobornables...”. O porque uno solo quiere “pararse frente a Dios, /así como soy, /no algo así como más o menos. /No estar más o menos feliz /En esta más o menos vida… / En esta más o menos libertad”.

Alguien del público, al final, le pidió que recitara en ruso. Yevtuschenko, traducido a 70 lenguas, se excusó: “He escrito tantos poemas que no crean que los sé de memoria; cuando venga la próxima vez, lo haré en ruso y en catalán”. “¡Queremos oir a Yevtuschenko en ruso!”, exigió de nuevo la voz, al parecer adalid de un grupo de rusos, quizá envalentonados al calor de esos hoteles helados y aparadores superfluos. Y entonces surgió la fuerza telúrica del poeta que da nombra hasta a un planeta, el 4243: “Por favor, no dictarme: ya hemos tenidos suficientes dictadores en nuestras vidas”, lanzó. Yevtuschenko: poesía siempre en libertad (más o menos).

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_