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Traduciendo a los ídolos

Los Secretos celebran con un inesperado álbum de versiones su 35 cumpleaños en la ciudad que siempre les fue propicia

Concierto de Los Secretos en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid.
Concierto de Los Secretos en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid.santi burgos

Ah, los discos de versiones: un capítulo clásico en tantas trayectorias del rock. Con ellos nunca queda claro si constituyen un divertimento pasajero, una reinvención o el consabido paréntesis para ganar tiempo mientras las musas vuelven a susurrar al oído un puñado de canciones propias. En el caso de Los Secretos, da la impresión de que Algo prestado, la entrega que presentaban ayer en un Palacio de los Deportes con gran entrada y mucho invitado, es el homenaje sincero a los mayores, un tributo público y explícito a esos grandes autores de los setenta con quienes aprendieron a soñar, vivir y, evidentemente, componer. El quinteto que comanda Álvaro Urquijo ha conocido avatares y vicisitudes por millares en estos 35 años, y sin duda ha gozado de mayor predicamento e inspiración que en el periodo actual. Pero algo no podrá negársele nunca, y estos préstamos lo certifican: a estos caballeros nunca les ha abandonado el buen gusto.

Elegir versiones es un pronunciamiento en toda regla, la adopción de un ideario. Y acumular tantos trienios en la carretera, a veces por rutilantes vías principales y otras por vericuetos mucho más humildes, permite asumir licencias, tirar de orgullo, dejarle el postureo a las portadas de los colorines. Reivindicar a Albert Hammond no es un atajo hacia el trending topic, pero nadie que se despoje de prejuicios le negará encanto derrotado y tristón a Échame a mí la culpa, el tema inaugural de la velada. A Enrique, con toda seguridad, le habría agradado la idea. Y esa intuición sigue sirviendo, 15 años después, como un barómetro válido.

Aunque no fuera anoche ocasión para grandes revoluciones en el Palacio, a Los Secretos nadie les puede negar ya un legado incontestable. Puede que nunca regrese un estado de gracia como el que alumbró, entre 1989 y 1993, los álbumes La calle del olvido, Adiós tristeza y Cambio de planes, pero obviar la estatura de Colgado, Pero a tu lado o Y no amanece sería propio de miopes recalcitrantes. De acuerdo, a Álvaro le falta carisma, pero canta sentido, con poso. Y disponer como escudero de Ramón Arroyo, el hombre de gesto adusto y alma vaquera, supone una bendición.

Para complementar el repertorio consolidado, la gran aportación del nuevo trabajo es la adaptación al castellano de las grandes debilidades de Urquijo, Arroyo y Jesús Redondo, el teclista y segundo cerebro en la sombra. La idea de traducir a los grandes ídolos melómanos al mismo idioma en que se escribe esta página puede parecer anacrónica en tiempos de globalidad anglófona, pero encierra la misma ciencia y encanto que medio siglo atrás. Y, en el caso que nos ocupa, arroja varias sorpresas. Claro que imaginábamos a Jackson Browne en labios de Álvaro (Call it a loan/Algo prestado), pero no la frescura en el acercamiento a Fountains of Wayne (Hackensack/Esta ciudad) ni la mutación campestre de Peter Gabriel, desde Mercy Street a Calle Compasión. Que la portada calque la de Born to run y no haya ninguna incursión en Bruce Springsteen es, en cambio, un misterio (o, quizá, un secreto) todavía pendiente de resolver.

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