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La crónica de Baleares
Crónica
Texto informativo con interpretación

Tiendas de humo

La crisis y las modas arrancan a tiras el tejido comercial, negocios, obradores y servicios que fueron imprescindibles, tradicionales

Un anciano camina en el centro comercial Avenidas, sin ningún comercio abierto.
Un anciano camina en el centro comercial Avenidas, sin ningún comercio abierto.TOLO RAMON

Las fachadas de la ciudad también ponen cara a la realidad, económica y social. Finalmente la vida actual es urbana. La crisis arranca de cuajo y a tiras el tejido comercial, negocios, obradores y servicios que fueron imprescindibles y tradicionales.

Los portales —eso es la oferta— cierran y anuncian liquidación por mentirosas reformas. Muchos, sin más proponen saldos de vértigo por cierre de negocio mientras buscan un imposible traspaso. Las tiendas de siempre se extinguen y, además, fracasaron las modernas que afloraron en masa oportunista con la euforia del pasado reciente.

El tsunami de las mini o megatiendas de chinos engulle el cuerpo comercial habitual. Los comerciantes orientales, sin horario y sin comunicación real por ausencia una lengua inteligible, pretenden resumir en una sola actividad toda la complejidad anterior.

Los chinos han devorado el libre comercio real y, por el camino de esa involución hacia la modernidad, se tragaron el todo a cien, la alternativa local de almacenes de baraturas. El euro ayudó a desmontar la actividad de precio único casi de feriantes.

La idea de la ciudad se desvanece al quedarse sin capilares de vida

La devastación que causó la crisis en esa economía de cercanías fue anticipada por la primera estocada de la apertura de megacentros periféricos y grandes almacenes céntricos. Luego los supermercados llegaron al corazón de las barriadas, se desplegaron en líneas de estrategia bélica para frenar el viaje del consumidor a los híper gigantes.

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Esa moda de modernidad de la compra única provocó que se acelerara la extinción de la malla comercial de los barrios. Se acabó con la existencia de propuestas basadas en las necesidades domésticas reales, urgentes o para el entretenimiento, que aportaban diversidad y cohesión vecinal. Los empresarios tenían tradición familiar o voluntad de arraigo, mantenían una oferta coherente, saludaban al cliente habitual o confiaban en captar al pasajero.

Aquí un colmado de ultramarinos, al lado una papelería-kiosco y en conexión una panadería real, una droguería, una mercería, una tienda de ropa, una zapatería, un sastre, una carnicería, una floristería, el barbero, además un fontanero, un reparador de televisiones, un electricista, un remendón, la tienda de consumibles informáticos, el fotógrafo. Más bares de esquina, buen café y tapas de entidad.

El cambio no tiene matices. La sociedad de consumo marca y adapta sus modos de relación con los usuarios-clientes, sin posibilidad de que estos decidan realmente. Lo que se fue no retornará, la cirugía ha sido radical. Es una extirpación, no una moda pasajera, se trata de una corrección total del modelo por muerte del anterior. La sustitución ha ocurrido velozmente.

Un tsunami de mini o megatiendas de chinos engulle el comercio habitual

El mercado impone sus reglas, ajeno a sentimientos intangibles. Las nostalgias privadas y el manual del costumbrismo, no frenan el avance de ese nuevo modo de colonización. La uniformidad se instala en todos los frentes, hasta en los gustos privados sobre el café, el pan de barra o el inefable uso de los pantalones cortos masculinos en verano.

La derrota, la nueva situación, está reflejada ahora mismo en miles y miles de fachadas de Palma y de muchas ciudades que en son esquelas de nuestra época anterior. Son datos y ejemplos, en los ensanches y en el corazón de las ciudades. Bajaron la persiana y encalaron sus oficinas bancos. Ahora sus vendedores acosan por teléfono al cliente.

La idea de la ciudad se desvanece porque se queda sin esos capilares de vida y ritmo, sin la malla de servicios y atención directa. Las concepciones clásicas del urbanismo de contacto, sean barrios verticales o extensivos de casas bajas, caen en el vacío. La ciudad pierde aliento aunque evolucione al modo universal.

Si existe, circunstancial, una avanzada de nuevos negocios. Se insinuaron las tiendas de frutas y verduras atendidas por latinoamericanos, con éxito desigual y este verano se implanta en muchas esquinas otros comercios cuyo éxito puede ser fugaz: las tiendas dichas de cigarrillos electrónicos, de humo sin fuego ni tabaco.

Arraigan las oficinas-comercios para fumadores que pretenden dejar de serlo engañándose, fumando sin fumar. Parece una plaga con marcas que imitan a las anteriores, que han visto las colas que generaron los comercios pioneros, con publicidad boca a boca, creando nuevos clientes cautivos, dependientes de sus recambios y una memoria de tabaco falso y líquido. Así la piel comercial cambia, se esfuma entre humo, sin fuego.

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